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El videoclub más antiguo de Madrid, ¿también el último?

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El videoclub más antiguo de Madrid, ¿también el último?

Fernando Navarro habla de la magia del cine negro, de cómo se siguen demandando los 'western' y del éxito de las historias de amor entre muchos jóvenes. Siempre está rodeado de discos de películas de todas las épocas; algunas, éxitos en taquilla, otras, descatalogadas. En conjunto, torres y torres de material cinematográfico. Es el dueño y el único trabajador del videoclub más antiguo de Madrid y casi de España, pues la longevidad del negocio solo es superada por Video Instan, en Barcelona, que abrió sus puertas en 1980.

«Empecé en esto porque soy un enamorado del cine, recuerdo leer las críticas que hacían en el periódico ABC y conocer Madrid a través de los cines», admite. La tienda, Import Video, está en la calle Carlos Martín Álvarez, en Vallecas, y lleva funcionando 32 años. «Yo tenía un almacén de electrodomésticos y cuando surgió el mundo del videoclub, hace ya bastantes años, no sabía si atreverme a entrar por la piratería que había», cuenta Fernando mientras ordena algunas estanterías. 

FernandoNavarroVideoclub

Fernando Navarro, en su videoclub.

Fue un negocio próspero durante una época, pero la llegada de internet supuso el comienzo de las descargas ilegales, así como la comodidad de ver cine sin salir de casa. «Llegué a tener hasta cinco videoclubs; ahora solo se mantiene este y porque trabajo los 365 días del año para sobrevivir», explica. Durante la charla, Fernando atiende a unos clientes que van a alquilar y a devolver unas películas. «Me salva la clientela que tengo que, después de tantos años, no solo viene gente del barrio de Vallecas, sino de todo Madrid».

Solo los jubilados compran

Mucha gente de provincias viene a buscar películas que no encuentra en otro sitio. Otros prefieren acercarse por las recomendaciones y las nuevas adquisiciones que llegan cada mes. «Antes, con las películas VHS, la mayoría de los clientes eran jubilados, aficionados al 'western', porque eran los que más tiempo libre tenían», cuenta. Ahora ya no acuden, pues, como explica Fernando, «muchos de ellos están atendiendo más a los nietos y a los hijos en esta crisis, y su tiempo y su dinero van destinados a otras cosas».

«Los clientes que tienen entre 20 y 50 años vienen a alquilar películas, mientras que a comprar, prácticamente solo acuden los jubilados», afirma. Sin embargo, su público es de lo más diverso, y es que tanto cine y de tan buena calidad parece no pasar desapercibido. «Viene gente famosa, sobre todo actores jóvenes y escritores, como Adrián Lastra, al cual he conocido desde niño».

ClientesVideoclub

Antes había muchos más sitios donde ir a comprar o intercambiar cine, ahora solo quedan pequeñas tiendas casi imposibles de encontrar. «Lo que más ha influido ha sido la crisis y la piratería callejera, que han destrozado el alquiler de películas por completo», critica el dueño de la tienda. «Soy de los más longevos y de los pocos que quedan en Madrid, aunque no sé hasta cuándo: estoy solo a cargo del videoclub y no soy inmortal», comenta entre risas.

Nutrirse de los videoclubs que cierran

La realidad es que hay muchos empresarios como él, sesentones, que si no hacen lo imposible por subsistir, tienen muy difícil reciclarse dentro del mundo laboral. «Trabajo aquí por necesidad y porque a mis años, ¿qué otro trabajo voy a encontrar si solo sé hacer esto?», admite. Cree que el error de los demás videoclubs fue diversificarse y empezar a vender chucherías, cromos o videojuegos: «La clave es especializarse solo en el cine y no restar profesionalidad a la tienda».

«Me abastezco de las 3.000 películas de cada videoclub que cierra, del público que vende lo que no quiere y de los miles de filmes que los almacenes de las distribuidoras no quieren por exceso de productora», explica Fernando. Si solo alquilara o solo vendiera cine, seguramente no se habría mantenido tanto tiempo: la clave es combinar ambas y aportar a los clientes un producto y un trato que no encontrarán en otro sitio.

Muchas de sus películas son prácticamente desconocidas, menos 'vendibles' al público general, pero igual de importantes para aquellos que buscan lo que no hay en ningún otro sitio. «Todos los géneros son especiales y por eso, en cada época de tu vida, te gusta uno más que otro. Quizás por este motivo no puedo elegir ninguno como favorito, ni podría elegir una película por encima de las demás», concluye.

VideoclubVallecas


Trucos imprescindibles para proteger tu privacidad en Facebook

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Antes de compartir algo en Facebook, piénsatelo bien

Ante la ofensa, block. Esta es una de las conclusiones que se desprende del estudio 'Los jóvenes españoles y su uso de las plataformas sociales en internet', realizado por Facebook en colaboración con el Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA). Según los datos arrojados por el informe, un 91% de las chicas han bloqueado a una o varias personas alguna vez, y en el caso de los chicos, un 84%.

Con el aumento del uso de las redes sociales, cada vez somos más los jóvenes que nos preocupamos por cuidar nuestra privacidad y por las estrategias útiles ante una situación incómoda. De hecho, el promedio de cuentas en estas plataformas entre los 14 y los 16 años es de 3'7, y de 4'1 cuando se superan los 16. Además, hasta un 78% de los encuestados —sujetos de entre 14 y 18 años— para este informe sobre los hábitos de la juventud acceden a internet a través de su smartphone.

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¿Pero qué hay de esa notificación que te llega al móvil o al ordenador y que te avisa de que un amigo te ha etiquetado en una foto de la noche anterior? Es habitual que esa persona la suba sin consultarte antes, todo aquel que usa las redes sociales lo ha vivido alguna vez, aunque cada vez más la gente es consciente de la importancia de pedir permiso. Así, un 95% de los jóvenes considera un error subir una foto mala o embarazosa de otra persona. El porcentaje desciende cuando se trata de una foto buena: solo el 55% considera que es necesario preguntar siempre antes de subir una imagen.

En el caso de que alguien compartiese una instantánea suya que le disgustase, el 90% lo solucionaría hablando directamente con esa persona, y el 37%, reportándolo a través del propio Facebook.

Cómo gestionar una ofensa

Natalia Basterrechea, directora de asuntos públicos de Facebook España, asegura que «este estudio demuestra que los jóvenes se preocupan cada vez más por la privacidad», aunque todavía muchos, a veces sin darse cuenta, «comparten contenidos molestos para otras personas, generando situaciones indeseadas». Por ello, dos de cada tres personas de entre 14 y 18 años ha pedido alguna vez a un contacto que elimine un contenido que le atañe directamente y que considera ofensivo. 

En caso de recibir algún comentario negativo u ofensivo, la mayoría —un 68%— intentaría solucionar el problema hablando con la persona que ha colgado el contenido. Un 38% pediría ayuda a alguien.

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¿Dejarías tu contraseña?

El estudio realizado por Facebook desverla que, aunque a veces se piense lo contrario, lo habitual es que los jóvenes se preocupen por proteger su privacidad. El 60% de ellos ha recibido información sobre las herramientas de privacidad directamente de los padres y de los profesores.

En cuanto a la contraseña, la Asociación GSIA advierte que «no es un elemento de socialización y no deben compartirse con nadie». Sin embargo, un 47% de la muestra del estudio reconoce que dejaría su clave a su mejor amigo o amiga, a su novio o novia, o a sus padres (por orden de importancia).

Claves para proteger tu cuenta

Además del informe, Facebook, junto a la Asociación GSIA, ha lanzado la campaña 'Piensa antes de compartir', con la que pretenden orientar a jóvenes, padres y educadores sobre cómo mejorar la protección y la seguridad en el entorno digital. Algunas de las claves que ofrecen son las siguientes.

  1. Antes de compartir algo, hazte preguntas como: ¿así quiero que me vean los demás?, ¿podrían usarlo en mi contra?, ¿me molestaría que alguien lo compartiera con otros? o si lo comparto ¿qué sería lo peor que podría pasar?
  2. Si recibes algo que deja en mal lugar a otra persona, es bochornoso para ella o puede dañar su imagen, no lo compartas.
  3. Si alguien te pide que compartas algo pero no te sientes a gusto haciéndolo, tienes derecho a decir que no.
  4. Si alguien ha publicado un contenido que le has enviado y no querías que lo hiciera, pídele que lo quite. Suele dar resultado.
  5. Si te etiquetan en una foto que no te gusta, recuerda que muchas de las páginas de interacción social o para compartir fotos te dejan eliminar tu nombre de las fotos donde te etiquetan. En Facebook, además, puedes revisar las publicaciones donde te etiquetan antes de que aparezcan en tu biografía gracias a una de las opciones de la configuración de la privacidad.

Anatomía de una calle tan infernal que todos amamos

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Anatomía de una calle tan infernal que todos la amamos

¡Oh, Gran Vía! Llevas aquí casi toda la vida

Un poco más abajo, bajando hacia Plaza de España por la acera izquierda, los escaparates y tiendas de ropa van sustituyendo a los cines y a los teatros. Algunos ojos se posan sobre los cristales y otros esquivan al hombre-anuncio de un buffet libre. Al otro lado, y a la derecha, en la calle Fuencarral, como si de un río se tratara, desemboca un torrente de seres humanos que levantan el brazo, piden taxis y marchan. "Si te vas y nos dejas, ¡pues adiós, Canalejas!", cuenta el dicho popular.

Los quiosqueros se protegen en su madriguera de papeles que no traen buenas noticias (salvo para los que buscan la nueva entrega de su fascículo favorito). Unos pasos más allá, tres mozas se acicalan utilizando el cristal de una boutique como espejo. Hace unos años, tampoco muchos, ese 'espejo' se llamó Madrid Rock y era una tienda de discos. Las jóvenes, por supuesto, no lo saben. Ahora están pendientes de su flequillo. «Tía, parecemos maniquíes», bromea una de las chicas. Por detrás, andando, cruzan dos policías nacionales. Vuelven a su furgón, aparcado en Callao, donde aún quedan teatros, cines y tiendas de discos... y también más maniquíes.

El bueno de Fernando Bebia

¿Cuántos pares de zapatos pueden pisar el suelo de Gran Vía al cabo del día? ¿Cuántos ciudadanos, como las muchachas con sus flequillos, reparan en el calzado que, valga la redundancia, calzan? Nadie tiene tiempo de mirarse los cordones o el lustre del cuero de sus botas.

"Su elegancia empieza por sus zapatos", reza en el cartel de uno de los tantos limpiabotas que pueblan esta madrileña calle. Otro, más taurino, lleva impreso el siguiente eslogan: "México lindo y querido. Viva España". Un distinguido caballero lee el periódico mientras le dan brillo y esplendor a sus botines. No hay comunicación entre cliente y empleado. «Pues ya está, señor», avisa el limpiabotas. Le da unas monedas y se despide. Otro "adiós" más en Gran Vía. Uno de tantos que se repetirán a lo largo de la mañana y que recuerdan a las letras de Triana: "Porque a mí me atormenta en el alma tu frialdad".

GranViaMadrid

Cuando hablan las aceras

Fernando Bebia (Madrid, 1945) lleva más de 30 años ejercicio el oficio de limpiabotas en Gran Vía. Seguramente ha visto un buen pedazo de historia, aunque trabaje de espaldas a la vía. Ahora habla, en confianza, con dos amigos. Fuman puritos y conversan. Son voces cavernosas y roncas las que se escuchan, al lado de otra, cómo no, gran tienda de ropa que ya le enseña el futuro que le espera al Palacio de la Música. En una esquina, permanece Fernando limpiando botas, botines, zapatillas y zapatos.

«No me interesa», escupe el hombre sin levantar la mirada del suelo. Fernando es serio y muy distante. Y cortante. Las palabras salen de su boca con menos frecuencia que el humo del purito.

Hombre de pocas palabras

Mantiene las distancias, no quiere hablar demasiado. Tiene las manos trabajadas y el rostro en guardia. Al contrario de lo que puede parecer, a Fernando no se le escapa nada. Sobre su rodilla hay un trapo y en la mirada un puñal. «Esta calle es distinta. No tiene nada que ver con lo que era antes. Ya no queda elegancia». Lo dice convencido y con malhumor, sin dejarse vencer por la resignación. «Son muchos años aquí, viendo cómo cambiaba todo».

Constantemente vigila a la 'competencia', que justo en ese instante ha captado otro par de zapatos con señor dentro. La gente observa a Fernando de pasada. No reparan en él. Lo ven como a otro más.

GranVia

El adiós de Fernando

Fernando fue camarero antes de dedicarse al extinto oficio que ahora desempeña, pero la psoriasis lo apartó de la hostelería y del trato. Coloca unos botes de betún y carraspea para añadir una última frase a la conversación: «Parecía un apestado». Y hasta ahí. Fernando prefiere no hablar más. Se ahorra la despedida.

Gran Vía luce con un "adiós" de menos cuando un transeúnte decide pararse en el asiento de Fernando, un limpiabotas veterano y vivido que es testigo mudo del atardecer y del humo de esta gran ciudad.

En España éramos canis, en Rusia son gopniks

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gopnik port

Al mismo tiempo que en España una ola de costumbres más bien chabacanas y marrulleras comenzaba a explotar allá por finales de los 80, en la Rusia postsoviética tenía su reflejo otro movimiento parecido, similar en imagen y forma. Los que aquí se llamaban canis, en Rusia eran denominados como gopniks.

El término, que en origen puede recordar al que en los años 60 definió a toda una generación (los beatniks), encuentra en el sufijo 'nik' un elemento común: el programa Sputnik. Así como los beatniks estadounidenses fueron acusados de antiamericanos, los gopniks son, esencialmente, antiamericanos.

La URSS cayó en 1991. La proliferación de gopniks comienza justamente a partir de ese año, sobre todo en las áreas rurales y periféricas de las ciudades. Pero lo cierto es que su historia empieza mucho antes. Las primeras referencias datan de la época de la Rusia prerrevolucionaria, y la mayoría no tienen un origen claro.

Pero, ¿qué son?

Muchas leyendas han circulado acerca de estos chicos de aspecto desafiante, pelo corto casi rapado, chándal y litro de cerveza en mano. Algunas fuentes hablan de que el término proviene del acrónimo GOP (Gorodskoe Obshestvo Prizreniye; en español, Sociedad Urbana del Ciudadano), organizaciones que se encargaban de repartir comida y asilo a los más pobres. Como la mayoría de ellos eran vagabundos o delincuentes, gran parte de la sociedad rusa adoptó el término 'gopnik' para definir a todos aquellos ladrones o rateros. Otras fuentes sitúan su origen en el Hotel Oktyabrskaya de San Petersburgo, que después de la revolución bolchevique de 1917 fue denominado como Dormitorio-Estado del Proletariado.

El término, que se ha mantenido activo durante los últimos 100 años en Rusia, cobró un nuevo significado a principios de los 90. Los jóvenes inadaptados, provenientes de familias desestructuradas y de las áreas rurales, los hijos de las calles, los amigos de los amigos que fueron abandonados a su suerte en los suburbios y tantos otros cuyo azar no fue benevolente, se convirtieron en gopniks.

Ahora, al caminar por algunos barrios, se les puede identificar fácilmente. Un corte de pelo agresivo, un chándal Adidas, un gorro y alguna que otra cadena colgando del cuello. En las manos, cerveza o Jaguar. En los ojos la agresividad de quien roba para comer, de quien no conoce las normas sociales y acongoja al resto del barrio por diversión. Con un deje distinto en la forma de hablar, con unas expresiones inventadas, con unas construcciones gramaticales erróneas. Y mientras tanto, en el parque, más gopniks, bailando música, fumando cigarros o sentados todos de cuclillas.

Algunas similitudes acercan a los gopniks a los chads y los rednecks estadounidenses. También hay parecidos con los chavs británicos, los neds escoceses y los spides de Irlanda del Norte. Todos ellos individuos de clase baja y malhablada, del extrarradio, con un ligero o nulo interés por las normas sociales y altos índices de delincuencia.

Gopnik

De cómo abandonar un máster para tener que trabajar en un McDonald's

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Aula universidad vacía

Me llamo Juan Alberto Guirao García, tengo 24 años y he tenido que abandonar mis estudios a mitad de curso por no poder pagarlos tras quedarme sin beca, para ponerme a trabajar en un McDonald's.

Con estas palabras quiero dirigirme a los que dijeron que no recortarían en educación, a los que se aprovechan de la universidad y la quieren convertir en un negocio y, en concreto, al querido señor ministro de Educación, Cultura y Deporte y al presidente del Gobierno de España.

Todo empezó un 18 de septiembre de 2014. Recién terminada la universidad y con mi título de Graduado en Trabajo Social por la Universidad de Murcia, llegué a Madrid, con una pequeña maleta cargada de ilusión, oportunidades y muchas de ganas de comenzar un nuevo proyecto: hacer un máster en Métodos y Técnicas de Investigación aplicadas al Trabajo Social en la Universidad Complutense de Madrid. Pero me vine con la cartera casi vacía.

La situación era complicada, llegaba a una nueva ciudad, una nueva universidad, un montón de trabajo por delante y la inseguridad de no saber cómo iba a poder gestionar los costes que todo esto suponía: pagar un alquiler en Madrid, el transporte, mantenerme, y lo más caro, la matrícula del máster, que no es precisamente barata.

Tenía la esperanza de que no saliera mal, siempre he cumplido con los requisitos para tener derecho a beca, los cuales cada año que pasaba eran más restrictivos y dificultaban su acceso: disminuía el umbral de renta y aumentaban las condiciones académicas. Aun así, terminé la carrera con buena nota, y obviamente la situación económica en mi casa seguía igual de mal (si no peor) que años anteriores. Por ello, creía que con un poco de suerte podría volver a ser beneficiario de la beca y continuar mi formación con un máster. Un máster que solo se encuentra en la Universidad Complutense de Madrid y que respondía perfectamente a mis expectativas profesionales, tanto de formación como de interés personal: la investigación social y su intervención.

Pues así lo hice. Llegué a Madrid en septiembre y me instalé. Tirando de mis pocos ahorros y con la ayuda que mis padres me podían ir dando, fui aguantando los primeros cinco meses en Madrid mientras esperaba que la beca me fuera concedida. Pero eso nunca llegó a suceder. Recuerdo perfectamente que el día de Nochebuena, el 24 de diciembre, estando precisamente en la biblioteca estudiando para los exámenes de enero, fue cuando recibí la notificación de la resolución por correo electrónico. La abrí, la leí, y recogí mis libros. Esa fue la última vez que toqué mis apuntes del máster.

Lo primero que pensé fue que sería un error de gestión, era prácticamente imposible, siempre había sido beneficiario de la beca y no entendía por qué este año no. La única solución que tenía era poner una reclamación, pero ¿cuál era el problema? El plazo comenzaba el día en que se recibe la notificación y finaliza en los 15 días siguientes, justo en los cuales están de vacaciones por Navidad y, por tanto, la oficina de la universidad cerrada. ¡Qué casualidad! ¡Recibo la notificación con la beca denegada justo el día de Nochebuena y con un plazo de reclamación casi imposible de tramitar!

¿Y cuál fue el motivo por el que me denegaron la beca? Al parecer al Ministerio de Educación le ha parecido que este año soy rico, y yo sin saberlo. Rico por 250 euros que mi familia ha superado en el umbral de patrimonio y por lo que automáticamente me dejan sin derecho a beca. Rico, aunque en los ingresos de mi familia falten aún unos 3.000 euros para alcanzar el máximo del umbral de renta que exigen desde el ministerio. Y ese es el motivo, aún cumpliendo los requisitos académicos y no superando el límite de renta a falta de 3.000 euros, este último año me han denegado la beca por superar en 250 euros ese umbral de patrimonio. Y no sé qué pensará Wert, pero con esos 250 euros no pago ni el alquiler de un mes en Madrid, por no hablar de los 8.000 euros que cuesta la matrícula del máster.

Mucho dinero invertido en estos cinco meses para terminar abandonando mis estudios, o mejor dicho, para que me dejen sin la oportunidad de poder continuar mi formación. La alternativa que me ha quedado ha sido la de ponerme a buscar un trabajo, que tampoco es algo que haya sido fácil, y he tenido la suerte de poder empezar a trabajar en un restaurante de comida rápida, aunque ese no era precisamente mi sueño cuándo llegué a Madrid, y aun así, doy gracias por poder trabajar ahí.

Aquí se demuestra la igualdad de oportunidades, la "educación pública para todos" y los "no recortes en educación" que prometían y a la que nos están sometiendo. Vine a Madrid para continuar mi formación universitaria y he acabado trabajando en un McDonald's por culpa de una política que lo único que hace es aumentar las desigualdades sociales, las diferencias entre ricos y pobres, desfavoreciendo a los segundos y permitiendo estudiar solo a los más ricos. Me he quedado sin la posibilidad de hacer un máster porque no puedo pagarlo, y como yo, miles de alumnos. Y encima ahora tienen la cara de volver a querer cambiar el plan de estudios y obligar a realizar un máster, un máster que como ya he explicado, no podemos pagar.

Así que, señor Ministro de Educación, Cultura y Deporte y señor Presidente del Gobierno, aquí tenéis un ejemplo de lo que estáis haciendo, seguro que a vosotros no os importa mucho lo que pueda decir porque vuestros hijos no tendrán ese problema, pero esta es la situación a la que se enfrentan miles de jóvenes españoles. Espero que os inspire un poco para vuestras próximas decisiones.

Atentamente, un exalumno

Juan Alberto Guirao García

La historia de la farmacia que inspiró a la televisión española de los 90

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Farmacia de guardia

Cuando Antonio Mercero, director de 'Farmacia de Guardia', empezó a darle forma a la idea de hacer una historia sobre una farmacia, nadie pensaba que aquella aventura llegara a trascender. O al menos no tanto como para que ahora los paseantes de Madrid se paren ante la farmacia de Antonio Saiz García, en el número 148 de la calle Alcalá, la localización real en la que Mercero se inspiró.

La famosa fachada

No hay un Bar Lovento enfrente ni un sargento Romerales que abra la puerta al revés. Tampoco suena el tintineo de la sintonía de la serie —obra del músico fallecido Bernardo Bonezzi— de fondo y, lógicamente, no es Concha Cuetos la que saluda desde el mostrador. En su lugar está Antonio Saiz y sus ayudantes recibiendo a los clientes. Muchos visitantes van por necesidad a su farmacia, otros van de pasada y después están los curiosos que reconocen los detalles de la fachada y no dudan en entrar para ver si por dentro es igual que lo que aparecía en televisión.

El padre de Antonio Saiz abrió la farmacia en el actual emplazamiento en 1928, aunque desde 1906 ya desempeñaba el oficio, al igual que su esposa y, por ende, madre de Antonio que, a su vez, se casó con una mujer perteneciente al mismo gremio. Por ese motivo, tal vez, la familiaridad que Antonio Mercero le puso a la serie fue muy fiel, y su respeto, todavía mayor.

FachadaFarmaciaGuardia

La relación con la serie

En realidad, la relación entre la serie y la farmacia de Antonio Saiz no fue casualidad. Mercero se fijó en la fachada un día cuando iba de camino a la plaza de toros de Las Ventas. Tiempo después, la productora contactó con el señor Saiz para tramitar los permisos pertinentes. Y aunque el propio farmacéutico no se fiaba, acabó accediendo. En primer lugar porque Mercero se personó allí para convencerlo y enseñarle el capítulo piloto. En segundo lugar estaba el factor importante: la mujer de Antonio Saiz fue amiga de Concha Cuetos, la actriz que da vida a Lourdes Cano en 'Farmacia de Guardia', en la infancia. Ella le explicó que el trato hacia el gremio iba a ser respetuoso y divertido. Todo estaba hecho.

Una vez estrenada la serie, la popularidad de la farmacia de la calle Alcalá aumentó de manera considerable, aunque todo se quedó ahí. Antonio tampoco lo necesitaba. De hecho, y a pesar de que la serie tuvo 169 capítulos y un telefilme, en la actualidad, todos, en su mayoría, creen estar en un plató cuando pasan por delante de esta clásica farmacia.

Curiosos visitantes

Concha Cuetos dijo en un episodio especial que no eran más «que seres humanos que salían en una pantallita». La televisión, tan denostada como querida, ha dado programas dignos de recordar, como es el caso que protagoniza el presente texto. Mercero y todo el equipo, con Eduardo Ladrón de Guevara al guión, hicieron que Adolfo Segura (Carlos Larrañaga), Kike (Miguel Ángel Garzón), Guille (Julián González) o Chencho (Ángel Pardo), entre otros, parecieran vecinos comunes, con sus clichés pero con toda la cercanía del mundo.

Personajes

Igual de humanos que los personajes y los vecinos de la zona, algunos, en el lugar, se quedan impresionados, otros no tanto. «No sabía que tenía que ver con la televisión», comenta una mujer que empuja un carrito de bebé por la misma acera. Por contra, un señor de más edad sí mantiene el recuerdo en su memoria. «Claro que me acuerdo. Además, no me extraña. Es una farmacia muy, muy bonita», cuenta con simpatía antes de seguir su camino.

Más que atrezzo

Los mármoles de la base, los tonos granates de la madera y los carteles negros con letras doradas impresionan. En ellos se pueden leer los siguientes detalles: 'Especialidades farmacéuticas', 'Sueros', 'Vacunas', 'Productos químicos' o 'Aguas minerales'. Sencillamente genuino a lo visto por televisión. Hasta el luminoso con la palabra 'farmacia' es similar.

Todo, tan de verdad como de ficción, sacude las memorias de una serie que batió récords de audiencia. Lo que dejó 'Farmacia de Guardia' fue algo mucho más que un pack de DVDs en los estantes de un supermercado, sino un día marcado en el calendario —se emitía los jueves por la noche— que era una cita obligada para millones de españoles.

SerieFarmacia

¿Quién monta un videoclub o una tienda de discos en 2015?

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¿Quién monta un videoclub o una tienda de discos en 2015?

Cuando el otro día en Gonzoo publicamos un reportaje sobre el videoclub más antiguo de Madrid, se nos vino a la cabeza una pregunta: ¿cuál sería el más nuevo? ¿Quién habrá sido el último valiente capaz de emprender un negocio que parece vivir los últimos días de Pompeya? ¿Sucedería hace años o se habrán abierto videoclubes en lo poco que llevamos de 2015? Estos interrogantes nos llevaron a otros. ¿Quién fue el último mohicano en las tiendas de discos? ¿Quién inaugura hoy uno de estos negocios esperando comer de ello?

Para los que llevamos ya una buena temporada en el mundo, los videoclubes eran la puerta a otra dimensión en los años de una adolescencia sin internet. 10.000 llegó a haber en España. Hoy, quedan solo 1.000. Acudir a ellos con amigos y pasar más horas de lo que duraría la película determinando cuál sería la mejor opción para el viernes noche era un ritual mágico, en muchas ocasiones mejor que la cinta seleccionada. Lo mismo con las tiendas de discos, perder la tarde escuchando el frenético clack, clack, clack al pasar los cedés en los cajones o intentando explicarle a gritos a tu amiga que era brutal la canción que estabas escuchando en los cascos dispuestos en la pared o preguntarle al dueño qué es lo que estaba sonando y que te desplegara un árbol genealógico del género en concreto. Todo aquello se nos antoja hoy como una suerte de Nunca Jamás. Gastar la paga semanal en un disco, eso sí que era vida.

Todo esto fue antes de que las grandes superficies de venta de música, como le sucede a muchas de las grandes librerías, se convirtieran en bazares en los que se vende de todo menos discos, un objeto que pasó de ocupar plantas enteras a merecer apenas un ridículo rincón amenazado por un ejército de tazas, camisetas, agendas... Sucede lo mismo con los escasos videoclubes que se mantienen en pie, que a duras penas desarrollan su actividad reconvertidos en puntos de venta de pan caliente, golosinas y snacks. Al hilo, está bien recordar la portada que dibujó el gran Daniel Clowes para The New Yorker sobre este tema. En una librería, un señor preguntaba a la dependienta por los libros y ella le mostraba un pequeño estante en el punto más recóndito de un local lleno de juguetes y tablets.

DanielClowes

La Ruina Films

La noticia "Abre un videoclub" o "Se inaugura una tienda de discos" podría ser hoy pasto de El Mundo Today o incluso de la prensa seria, por lo insólito. Podéis escribir esas palabras en un buscador y los primeros resultados os remitirán a las nuevas plataformas de alquiler de películas en streaming gestionadas por las grandes empresas de comunicación y tecnología, para el caso del vídeo, y a una noticia publicada por El País ¡en 1993! para el caso de la música. 

Y sin embargo, sucede. Ha costado encontrarlos pero en España se abren videoclubes. Sí, en el año 2015 de nuestra era. El próximo 1 de abril se inaugurará en Sabadell uno de estos negocios, que llega al mercado con un nombre inmejorable: La Ruina Films. Su dueño, Juan Antonio Contreras, ya trabajó en el sector con otras dos tiendas desde 1996. En 2008, el monstruo de la piratería le obligó a echar la verja definitivamente. No obstante, jamás perdió el interés por el mundillo en el que había sido feliz. Continuó informándose diariamente, leyendo revistas especializadas y viendo cine, la labor fundamental para el dueño de un local de estas características, garantiza.

Esperó agazapado y, hace unos meses, lo vio claro: había llegado el momento de volver. Esta y no otra era, a su juicio, la coyuntura perfecta para retomar el negocio del alquiler de películas. ¿Nadie le dijo que estaba loco? «En absoluto. Las nuevas leyes antipiratería y el cierre de algunas plataformas ilegales, junto a una mayor sensibilización del público contra las descargas piratas, hacían que volviera a tener sentido. En el 96 el vídeo había vivido una crisis con la llegada de las televisiones privadas. Entonces sí, entonces nos decían que cómo se nos ocurría, y lo cierto es que, al contrario, vivimos un boom. Hasta ahora nadie nos ha llamado locos con esta nueva iniciativa».

La Ruina Films nacerá con la vocación de ser una videoteca en la que cualquier amante del cine pueda encontrar lo que desee, un catálogo amplio, fondo, cine independiente, novedades... «Si logran seguir atacando a la piratería estamos seguros de que habrá gente y espacio para todos». No venderán pan, lo tienen claro. Aconsejarán al cliente, comentarán con él las películas, estarán a su lado. Y eso, pronostica Contreras, «jamás te lo proporcionará internet». Su lema no puede ser más claro: 'Tot en cinema'.

LaRuinaFilms

Nakasha

Hubo un tiempo en el que algunas capitales de provincias gozaban de más de media docena de tiendas de musicales. Hoy, la mayoría mantiene una o dos. Hace no demasiado, Madrid era una ciudad que presumía de fantásticos itinerarios sonoros, zonas dedicadas por completo a este negocio. Con los problemas mencionados, sus dueños fueron tirando la toalla y estos lugares desaparecieron uno a uno del paisaje urbano dejando un tras de sí un rastro de nostalgia. Mientras algunas, como los galos de Uderzo, se debatían entre el cierre o la conversión a negocios digitales, Nari Motwani inauguró hace menos de un año la tienda Nakasha, en la calle Andrés Mellado. Cuando nos atiende para este reportaje suena en su local 'Walking Up a One Way Street', de Willie Tee. «Es un recopilatorio esto que escuchas, cada single de este tipo puede costar unos 300 euros», comenta sin vacilar, sin mirar un papel, con la seguridad de quien lleva toda la vida en la música.

Empezó trabajando en ferias del disco en el sur y su camino natural le llevó a terminar abriendo una tienda física en Madrid. Sabía que, a pesar del riesgo de pagar un espacio en la capital, su clientela sabría valorar la posibilidad de tocar el producto. Vista la caída del cedé en los últimos años, en Nakasha despachan, sobre todo, vinilos, «pero nada de chabacanería, el disco tiene que estar en perfectas condiciones», exige.

Entre sus habituales también hay adolescentes, chavales que aprovechan que hoy el coleccionismo ofrece precios asequibles. A Motwani algunos amigos sí le insinuaron que estaba mal de la cabeza. Otros le llamaban valiente. Él simplemente quería seguir trabajando en lo que más le gusta y sabía que podía funcionar: «Se nota un crecimiento en el sector, las compañías están poniendo un poco de su parte. Pienso que los que nos mantengamos firmes podremos seguir funcionando, al menos hasta nuestra jubilación». El rock es su mejor aliado, es el género que goza de una clientela más fiel al soporte: «El que empieza comprando heavy metal ya nunca deja de hacerlo», celebra. Antes de que cambiemos de tienda, reflexiona: «Nuestro competidor es internet, no el resto de colegas. Los que quedamos tenemos que unirnos para sobrevivir».

Nakasha

Escridiscos

En plena zona de Callao, en el centro de Madrid, y con la FNAC de vecina, resiste la nueva Escridiscos. Si has vivido aquí unos años, sabrás que durante su larga primera etapa esta tienda era el templo para comprar las entradas de los conciertos fuera del circuito del mainstream. En 2014, cuando Alberto Real supo que sus antiguos dueños traspasaban este clásico de la venta de discos en la ciudad, decidió liarse la manta a la cabeza. Está a punto de cumplir un año al frente de la tienda y no ha habido un solo día en el que no haya disfrutado de su nuevo trabajo, a pesar de ser consciente del complejo momento económico que escogió para reabrirla, a pesar de la caída de ventas del 50% en los últimos años, a pesar de que fue un traspaso caro aunque, eso sí, con la garantía de un nombre consolidado. Melómano desde la infancia, no ha echado de menos su anterior empleo en un servicio técnico de una empresa de refrigeración, aunque ahora tenga que compartir cama con la incertidumbre.

En su opinión, los titulares que venían cantando el nuevo auge del vinilo no eran ciertos, pues este formato nunca llegó a marcharse. De ahí que Escridiscos se mantuviera milagrosamente en pie durante 37 años, sobre todo gracias al buen hacer de Pepe, su anterior dueño, que le brindó sabios consejos en los primeros meses. «Vendemos entradas, camisetas, algunos libros... pero la idea es vivir del disco. Como Pepe, yo también sé que hay dueños de tiendas que despachan vinilos y cedés como podrían vender frutas. En diferenciarnos de ellos, en nuestro conocimiento musical, es donde está nuestra supervivencia». En su entorno no pudieron sino entenderle: ¿cómo no iba a abrir una tienda de discos alguien que ha dedicado toda su vida a este soporte? Por eso su balance es positivo, no se comprará un chalé en la playa pero la satisfacción de trabajar con una materia tan noble como las canciones no está pagada.

Globojet

Globojet, historia de una reconversión

No todas las historias son tan felices y es conveniente cerrar este artículo con otras realidades. Hablamos ahora con una auténtica enciclopedia del negocio musical, Jorge Prieto, de Globojet, que hasta septiembre de 2012 regentó en Costanilla de los Ángeles (Madrid) su añorada y preciosa tienda, hoy convertida en una web de venta de discos. «¡Lo bonita que era! Funcionaba con buena actitud del público, de los sellos pequeños... Había ganas de conocer música y disfrutarla. Era una tienda para los amigos, los conocieras o no. Todavía hay gente que me la recuerda cuando me ve por la calle, qué días...», evoca. Él fue el primero en instalarse en la zona y luego llegaron Del Sur, Babel, Bangladesh, Citadel... En la calle Tres Cruces, rememora, llegó a haber seis o siete. Actualmente, no queda ninguna. Prieto se rindió por una razón muy simple: «La incultura musical de este país, la obsesión por el todo gratis». Esto unido a los elevados alquileres en la capital, a la inexistencia de ayudas a la creación de negocios, al IVA... pero la clave, insiste, fue la falta de base para apreciar lo que es un disco.

La industria tampoco ha socorrido al comerciante, pues los precios finales son abusivos: «No se pueden pagar 22 euros por un cedé cuando la fabricación es de un euro. Claro, hay gastos de grabación y demás historias pero de una reedición, ¿Qué me cuentan? Ellos se enriquecieron con este absurdo y quemaron el negocio. Bajarte un disco pagando por él en EEUU sale por unos 5 dólares; en España, de 10 a 14. ¿Y quieren que la gente no delinca?». Aunque hay más factores, como el famoso canon o el escaso interés por programas musicales en las radios y televisiones, lo que al final queda es un país que no se interesa por la música como lo hacen en Inglaterra o Francia, concluye. Por eso reconvirtió su negocio en una tienda digital —«funciona, pero hay mucho que hacer», dice—, de la que el 80% de las ventas se produce en el extranjero. «Como la política, todo está corrompido», resuelve.

Desde el sector de las películas, el presidente de la Asociación Aevideo, José Luis Carrera, llega a una conclusión similar: «Hay muy pocos casos de gente que se atreva a abrir un videoclub ante una situación tan desastrosa, tan diferente a lo que ocurre de los Pirineos para arriba, donde el pequeño comerciante goza de un modelo totalmente distinto». Carrera, que con esfuerzo y ofertas suculentas (como tarifas planas de 60 euros anuales) mantiene dos videoclubes en León, no puede sino afirmar que abrir uno hoy es «suicida». La caída del sector en España de 2009 a 2014 fue de un 89%. Este mismo dato, en Alemania, es de un 15. «Desde 2000, los sucesivos gobiernos no han hecho nada. No les interesan las regulaciones porque están a las órdenes de Google, Telefónica... de modo que la transición a negocios digitales es imposible, máxime en un país en el que puedes ver en internet las películas el mismo día de su estreno», protesta.

Frente a otros campos a los que se les acusó de estar a por uvas cuando internet se hizo carne, el del videoclub en España fue siempre un sector muy dinámico y a la última, de los primeros en Europa en incorporar el DVD, el cajero automático de películas, el Blu-ray... Esos mismos empresarios hoy ven imposible buscar nuevas alternativas: «El sector no tiene fuerza para contar las bondades que posee. Hoy, nada supera en calidad al Blu-ray, ni siquiera el cine y, desde luego, ningún operador de televisión o de internet legal, pero contra el todo gratis no se puede hacer nada», lamenta. ¿Hay futuro? «No, ni siquiera a medio plazo y menos con la voluntad política actual. Si esto se mantiene, de aquí a cinco años no quedará un solo videoclub en España. Quizás alguien abra nuevos locales con una determinación a prueba de bombas y ofreciendo algo novedoso al cliente, pero mi visión es pesimista. He estado en ministerios, en la Moncloa... y lo que he podido ver, la obsesión del poder político por no desagradar a la gran empresa, me ha desanimado. Lo que avanza el Ministerio de Cultura lo bloquea el de Industria. Es algo muy triste»

Lo es.

Clack, clack, clack.

«Solo la educación puede liberar a las mujeres en África»

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Vanessa Koutouan, apertura

La mujer en África, en un continente azotado por la pobreza y las guerras en el que las tradiciones y la religión son más importantes que las leyes. Mujeres que luchan a diario en países como Costa de Marfil, donde los enfrentamientos civiles han llevado a una situación extrema a muchas de las zonas rurales. Una sociedad que se ha mantenido anquilosada mucho tiempo y que poco a poco ve crecer las semillas del cambio. Un cambio real, promovido más por la población que por las instituciones.

El Centro Rural de Iloma, en Costa de Marfil, es una iniciativa educativa y asistencial que pretende ante todo promover la dignidad de la mujer africana. Su directora, la activista costamarfileña Vanessa Koutouan, ha recibido el premio Harambee España 2015 por la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana. Y es que los problemas a los que pretende dar solución y a los tiene que enfrentarse cualquier chica en una zona rural pobre del país no son un tema menor: la terrible experiencia de la ablación, las bodas por interés o la falta de comida, educación y sanidad.

GONZOO: ¿Ha llegado el momento en el que por primera vez se oye a la mujer a nivel internacional?

VANESSA KOUTOUAN: Sí, yo creo que sí. Pero en Costa de Marfil se nota mucho la desigualdad, sobre todo en los pueblos y zonas rurales, que es donde vive la mayoría de la población. Yo creo que tanto en mi país, como en el resto, se valora mucho a la mujer porque es la que está con los niños y la que forja la familia. Sin embargo, sigue estando relegada a un segundo lugar.

G: ¿Cómo se podría cambiar esta situación?

V.K.: Con la educación de la mujer. El problema es que en Costa de Marfil se considera una pérdida de tiempo y dinero. Ten en cuenta que en cuanto una chica se casa, se va con la familia del marido y está en casa sin opciones de cuidar a sus propios padres. Por eso las familias prefieren invertir en la educación de los varones. No hay educación gratuita ni obligatoria, aunque lo diga la ley. A las aldeas no llegan las leyes, no se conocen, y lo único que se aplica son las costumbres.

G: Tal y como lo planteas parece más una decisión cultural que económica el que las mujeres no estudien.

V.K.: Y en muchos casos es así, las costumbres están tan arraigadas que sólo a través de la educación se pueden cambiar. Aunque no se puede decir que el dinero no importa, es uno de los grandes problemas. En muchas ocasiones la mujer es obligada a casarse siendo una niña porque sus padres necesitan la dote que aporta el marido para sobrevivir. Y es que desgraciadamente se trata de sobrevivir ¿Cómo vas a explicarles que lo único que tienen no es para comer sino para educar a sus hijas?

G: Pero se lo explicáis, porque las chicas van a vuestra escuela.

V.K.: Van porque previamente hablamos con los padres, les mentalizamos de que el cambio es posible y de que su hija también puede ser como nosotras, trabajar para ella misma y sacar a su familia adelante. Cuando ellos ven que sus niñas aprenden confección o repostería y lo más básico de gestión empresarial en nuestra escuela, y que con tan sólo 15 años ganan su dinero vendiendo cosas, cambian la mentalidad y la apoyan en lo que pueden. Afortunadamente ya está ocurriendo un cambio real. Pero solo la educación puede liberar a las mujeres en África.

MujeresAfrica

G: ¿Cómo se sienten ellas al estudiar y trabajar? ¿Lo siguen haciendo al casarse?

V.K.: Algunas sólo se alimentan de lo que cogen en los árboles y tienen que hacer 30 kilómetros para conseguir agua. Y sin embargo, tienen muchísimas ganas de aprender, vienen cada día aunque sea a pie porque no tienen dinero para el transporte. Mantienen sus trabajos al casarse y compaginan su vida laboral con tener hijos. Y eso se ha conseguido porque las mujeres han sido las que han hablado con los maridos y les han dicho cómo querían vivir.

No es que los hombres tengan maldad en Costa de Marfil, es que nadie les ha dicho que pueden vivir de otra manera. Por eso es tan importante enseñarlas: por ejemplo sin la educación ellas mismas no se plantearían pedirle ayuda a su marido para llevar la leña. Son las mujeres las que están cambiando su propia mentalidad y la de su alrededor.

G: Pero el papel de los hombres... ¿La poligamia esta culturalmente aceptada?

V.K.: Si te soy sincera, el hombre sigue igual que hace años. Si la mujer no hace nada por tener una vida diferente, ellos no van a hacerlo por mucho que se les eduque para ello. Y sí, la poligamia está socialmente aceptada aunque no se trate de zonas musulmanas. En las zonas rurales la tierra siempre es propiedad del marido y el dinero que gana cultivándola también. Si consigue dinero para la dote de otra mujer nadie le impide volver a casarse.

G: ¿Y la ablación? Según datos de UNICEF en Costa de Marfil fue abolida en 1998 y aún hoy un 38% de mujeres la sufren.

V.K.: Es lo que te decía antes, las leyes no llegan a las aldeas, ni si quiera se conocen. En las ciudades de Costa de Marfil las cosas son diferentes y esto no pasa; pero en el campo, donde la gente no sabe ni leer ni escribir, las tradiciones están demasiado arraigadas. En estos pueblos no hay policía, ni electricidad, ni agua... el Estado y las leyes con cosas que les quedan muy lejos.

La gente no se plantea si la mutilación genital femenina está bien o mal, son cosas que se han hecho siempre y que se siguen haciendo por desconocimiento. Pero sí es cierto que cada vez mas chicas que estudian en la escuela y van a nuestro centro sanitario ahora saben y enseñan a los suyos que eso no está bien.

G: Entonces es un problema del Estado.

V.K.: Exacto. A la primera guerra civil en Costa de Marfil de 2002 se sumó la grave crisis exportadora de café y cacao, pilares nuestra economía. Todo ello supuso muchísima pobreza. El Estado no da más de sí, no puede ayudar a todos. Además, ten en cuenta que ha habido mucha corrupción en el país, algo que afortunadamente parece que ya ha cambiado. Una de las cosas en las que deberían invertir más, insisto, es en la educación. Hay más de 60 etnias y cada una habla su dialecto, es imposible comunicarse con ellos si no es a través del francés que les enseñamos en las escuelas. ¡Ni si quiera hay una lengua común!

G: Hablando más del Estado, ¿Cómo se ha vivido la crisis del ébola en Costa de Marfil?

V.K.: Con temor. No hemos tenido casos a pesar de compartir frontera con Guinea y Liberia, dos de los países más afectados. La verdad que tanto en centros de salud como el nuestro, que está en las zonas pobres, como en las ciudades se informó mucho de qué cosas se debían hacer para prevenir la enfermedad. Lo hicieron bastante bien.

G: ¿Qué mensaje mandarías a occidente, a los que lean la entrevista?

V.K.: Que los africanos trabajamos mucho. Que nos damos cuenta de las necesidades que tenemos, de lo que nos hace falta y que no estamos siempre a expensas de que los demás nos manden ayuda. No todo está tan mal y buscamos alternativas para que las cosas cambien. En España hace unos años mucha gente tampoco sabía leer y escribir, y poco a poco se ha cambiado.

Sobre todo necesitamos medios. ¿De qué nos sirve que nos manden comida o ropa si al día siguiente ya no nos queda nada? Mi mensaje es que lo que necesita tanto Costa de Marfil como toda África es invertir en educación, para que seamos nosotros mismos, los africanos, los que hagamos el cambio.

VanessaKoutouan


El último artesano del metal en España

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Ramón Recuero forja

En una época donde lo digital es casi obligatorio, los oficios manuales caminan cada vez más rápido hacia su desaparición. Pero en el pueblo de San Antonio (Toledo), el martillo de Ramón no para de sonar, llamando a todos aquellos que quieran conocer la tradición de la forja.

«Tenía 12 años y, en mi camino a la escuela, pasaba al lado de la Escuela de Artes y Oficios de Ciudad Real. Siempre me quedaba mirando el fuego que se veía a través de la ventana hasta que un día el profesor me invitó a entrar». Así empezó Ramón Recuero a dar sus primeros martillazos, algo que no ha dejado de hacer hasta hoy, a pesar de que el eco de sus golpes es la nota discordante en una sociedad donde la tecnología ha sustituido con creces al trabajo manual.

Curiosamente, sus ganas de preservar la tradición de los antiguos herreros no le vienen de familia. «Mi padre trabajaba en una caja de ahorros y mis abuelos tampoco se dedicaron nunca al hierro. Pero sin embargo, la transmisión sí fue directa a través de mi profesor, que buscaba a quién transmitir lo aprendido durante varias generaciones de herreros». Desde entonces, la pasión que Ramón empezó a tener por este oficio, como le gusta llamarlo, no tuvo vuelta atrás.

Queso y tomates a cambio de verjas

«Yo no soy artista ni escultor, yo quiero ser solamente herrero… ¡el herrero del pueblo!». Ramón ríe mientras repasa su viaje a la India, que le dio la idea de potenciar el sistema de intercambio con sus vecinos. «Allí el herrero no cobra; pero la gente del pueblo le lleva comida cuando recoge su cosecha. Y pensé que podía hacer lo mismo con mis vecinos y ¡cobrarles en patatas! (risas). Así que ahora siempre tengo queso, tomate y patatas».

Ramón recuero Forja Curso

Ramón Recuero

Ramón se mantiene gracias a esos pagos en especias por trabajos como verjas o barandillas de hierro y, como complemento, con los cursos de fin de semana que imparte en su escuela de forja —cuyo precio asciende a 250 euros con el material incluido—. «La mía es una escuela muy 'pequeñica'; solo tenemos cinco plazas. Pero es la única escuela privada de España donde se imparten técnicas tradicionales de forja; al menos, que yo conozca. Las escuelas de arte que tenían esta modalidad la han ido eliminando en favor de estudios orientados a diseño».

De hecho, él fue el último alumno de forja en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo, donde cursó sus estudios. «Era el año 87 u 88… y éramos solo dos alumnos en clase de forja así que ese año eliminaron la especialidad». Reconoce que, en ese momento, la gente ya se empezaba a decantar por el mundo digital porque «era mucho más cómodo y limpio que meterse en la fragua, ponerse negro del humo y tener que darse una ducha al terminar». Pero parece que las cosas han empezado a cambiar: «En los últimos años, he notado un 'boom' enorme y todos los fines de semana tengo curso. Aunque, al principio de abrir mi taller, parecía que nadie se interesaba por la forja tradicional… y que esto se había perdido».

La forja también es cosa de informáticos

Su perfil de alumno es muy variado, sorprendentemente más de lo que se podría pensar. «¡Cada vez vienen más informáticos! Yo les preguntaba por qué habían decidido hacer el curso y me decían "es que necesitamos hacer algo que no sea virtual, que siga existiendo después de apagar el ordenador"».

También acuden alumnos que buscan continuar con la tradición de su familia que, curiosamente, sus padres no les han podido transmitir: «Algunos alumnos vienen de familias que han tenido talleres pero que han perdido las técnicas tradicionales porque, en la anterior generación, ya no se usaban. Aquí enseño técnicas usadas en la Edad de Hierro, como la soldadura calda en la fragua, que se perdieron sobre los años 40, cuando la electricidad a los talleres y esa renovación de la tecnología hizo que lo anterior dejara de valer».

Ramón Recuero obra

Ahora, en plena edad digital y tecnológica, Ramón apuesta por no perder lo que históricamente nos ha traído hasta aquí y aconseja a sus alumnos hacer lo que les motive. «Hace poco, tuve un alumno que es profesor de universidad y le pregunté qué le aconsejan estudiar a los chavales si no hay trabajo en ningún sector. Y me dijo "les decimos que hagan algo que les apasione y después ya verán si eso les trae un trabajo". Cada vez me encuentro a más gente que viene simplemente porque quieren ser herreros o maestros espaderos. Ellos serán quien más disfruten el curso».

Entonces, en una sociedad donde las materias artísticas se están viendo sustituidas por las finanzas y el marketing, ¿queda espacio para el arte? Ramón toma aliento, medita un segundo y afirma convencido: «Sí… si nos quitamos ese objetivo de tener un gran sueldo, un coche mejor que el del vecino y una casa más grande que nadie. Si lo que quieres es disfrutar con lo que haces, cógete un oficio que te guste y haz aquello que te dé una vida como de vacaciones. Podrás ganar más o menos dinero según los clientes que tengas, pero nunca sentirás que te falta».

Ramón Recuero obra

Ramón Recuero

Esa señora que va contigo a clase podría ser tu abuela

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Carmen Delgado, licenciada a los 82 años

A veces pensamos que la vejez es un bostezo largo, dejarse estar y mirar los tallos de hierba desde una cama. Un momento en el que el corazón serpentea, se arrastra, camina despacio, despacito, como si llevase algo que se pudiese derramar. Animal viejo. A los ancianos, después de una vida trotando, se les relega al sillón, a la espera, a ver cómo crecen las plantas de interior y las arrugas. Pero no todos entran dócilmente en esa noche quieta que es la senectud. Es el caso de algunos ancianos que, cuando todo alrededor agoniza, ellos rabian por hacer aquello que no pudieron en su juventud.

Carmen, Gloria y Narciso son algunos ejemplos de que la edad no es impedimento para sacarse una carrera. Y no en la universidad para los mayores, no. En una donde la edad media apenas supera la veintena; donde muchos alumnos beben, bailan, aman cada fin de semana; donde los mensajes en paredes y mesas solo son señales de una adolescencia tierna que se ha abandonado hace poco.

Ellos —hijos, padres, abuelos— lucen con más orgullo su carné de estudiante que el de la tercera edad.

Con los nietos en la facultad

Carmen Delgado (Madrid, 1928) ha leído tanto que la carne de los párpados se le ha dilatado, como si en la cabeza ya no tuviese espacio para tanto conocimiento y lo hubiese repartido por el rostro. Se asemeja a su casa, un lugar en el que apenas caben ya más libros. «Antes de morir, mi marido calculó que tendríamos unos 5.000», cuenta. Por eso, Carmen, que ahora tiene 86 años, los distribuye por cualquier rincón. En el comedor, en los dormitorios, en la salita, en el sótano, incluso en el cuarto de baño, junto a los cepillos y los geles.

LibrosCarmenDelgado

En 2004, después de que su marido falleciera, su nieto tenía que decidir qué carrera quería estudiar. «Haz Periodismo», le dijo, con la fantasía de que sería ella la que acudiría a clase. ¿Y por qué no?, se preguntó. Así comenzó el periplo de esta anciana que se matriculó en la Universidad Complutense de Madrid con 77 años y que dejó las aulas con 82, con su birrete y su diploma. «No quería ser una viuda de España, que vas a tomarte un té a casa de Fulanita, a jugar a las cartas, a cotillear… Quería aprovechar mi tiempo. Un primo se jugó una comida conmigo a que no duraba ni cinco días. La gente de mi edad se asombraba, mis amigas me decían: "¿Estás segura? Va a ser muy duro, vas a tener que madrugar, ¡tú no has madrugado en tu vida!". Mis hijos al principio se extrañaron, pero luego los cuatro me apoyaron».

Sus manos ancianas son un magma de estrías, arrugas y venas: un géiser de recuerdos que brotan desordenados, volcánicos, de su boca. Rememora aquella vez que su esposo, Pedro Toni Sterling, se marchó a EEUU con una beca Fulbright de cirugía y le pidió que se casara con él por teléfono. O cuando su suegra se vistió toda de negro tras enterarse de que los republicanos habían matado a su segundo hijo. También recuerda el primer día de clase en la facultad de Ciencias de la Información. «Fui sola y esperé en la puerta a que abrieran, estaba temblando. Había muchos jóvenes y me miraban, hablaban entre ellos, a mí nadie me decía nada. Cuando vieron que entraba y me sentaba en la primera fila, que me puse ahí para ver el tablero [la pizarra], se quedaron alucinados. Nadie se sentó conmigo, claro. Fui a casa y pensé que no iba a aguantar, nadie me dirigía la palabra. A los pocos días en clase nos mandaron hacer unas fotocopias y Leti, una chica canaria, me vio perdida y me acompañó. Subimos juntas y ya se sentó conmigo. Al día siguiente se pusieron también con nosotras las amigas de Leti, y entonces me aceptaron en el grupo».

Contaban con ella para todo: para los trabajos, los apuntes y los botellones: «Barcia, un compañero mío, me decía todos los viernes: "Venga, hoy te vienes al botellón". Y yo decía que no, que no, que otro día. Y en una de esas le pregunté: "Pero Barcia, ¿ahí hay para sentarse?". Y me contestó: "Sí, en el suelo". Pensé "huy, como me siente en el suelo tienen que venir los bomberos a levantarme"».

RostroCarmenDelgado

ManosCarmenDelgado

Mientras ella cursaba Periodismo, sus nietos Javier e Inés estudiaban Comunicación Audiovisual y Publicidad, respectivamente. «Nos veíamos y nos tomábamos una cañita en la cafetería, me ponía con Javier y con sus amigos. Toda la facultad sabía que era la abuela». Como las carreras eran diferentes nunca pudieron intercambiar apuntes, aunque Carmen asegura que sus compañeros siempre procuraron que fuera al día: «El segundo año me operaron de la mano y no podía escribir. Todos se portaron fenomenal. "Carmen, ¿tienes esto, tienes lo otro?", me decían. Descubrí que la juventud actual era mucho mejor que la nuestra, más generosa. Y, que desde luego, no tienen tantos prejuicios como teníamos nosotros».

Comenzó la licenciatura parar calmar esa nostalgia propia de los humanos, la de añorar algo que nunca has tenido pero que, en realidad, crees que te pertenece, que es para ti. «Leía siempre, siempre a Manu Leguineche y pensaba que yo quería hacer eso, quería ser corresponsal de guerra». Sin embargo, con el transcurso de las semanas, la literatura y la escritura quedaron sepultadas por un aprendizaje más personal. «Había una chica, Marta Rubio, con la que salía a fumar entre clase y clase. Nos reuníamos unas cuantas y ellas hablaban de lo que iban a hacer el fin de semana. "Me voy a Burgos con mi novio", decía una. "Yo en Semana Santa igual viajo a París", comentaba otra. Y ya un día les dije: "¿Vuestros padres qué dicen?". "Que nos cuidemos y que seamos buenas". Entonces Marta me preguntó: "Carmen, no me digas que tú no te acostaste con tu novio antes de casarte...". Les dije: "Pues no". Todo el corro pendiente. "¿Por qué?", me decían. "Chica, porque entonces no se llevaba, éramos religiosas y se consideraba pecado. Además, estaba muy mal visto. En seguida te ponían la palabra "fresca". Ahí me di cuenta de que ellos se han criado así y pensé: "O me acostumbro o me muero. No puedo estar escandalizándome todos los días". Fue como cuando le pedí a Marta que rezara por mí, que esa tarde tenía un examen. Me dijo: "¿Y qué rezo?". "Pues qué va a ser, un padrenuestro". "Ay, Carmen, yo no sé rezar un padrenuestro", me contestó. Me quedé tan alucinada que pensé que estaba en Groenlandia con los esquimales. Pero es que son sus costumbres, es su vida, a ellos les parece natural. ¿Quién soy yo para decirles nada?». A través de WhatsApp, Facebook, Linkelín (como lo llama ella) e incluso Twitter, Carmen mantiene contacto con sus compañeros. «Todos los años les invitaba a una merendola en casa y aceptaban encantados. Todavía me dicen que a ver cuándo hago otra».

Las dos matrículas de honor que obtuvo durante la licenciatura son un motivo de orgullo para ella, sobre todo cuando recuerda lo desanimada que llegó a casa después de que un profesor le dijera que quizá esto no era lo suyo. «Nos mandó hacer una redacción. Se sentó y me dijo: "Está bien, está correcta, no hay faltas de ortografía y tiene un gran conocimiento del idioma, pero yo creo que este no es su camino". Me dejó hecha polvo, oye. Luego aprobé su asignatura con sobresaliente. Yo a veces decía que les daba pena la viejecita y que por eso me ponían buenas notas, pero la verdad es que estudié como una fiera». Gracias a ese empeño casi animal ahora puede decir que es periodista. Por ello muestra su foto de graduada con satisfacción. No sin antes decir: «La verdad es que con birrete estoy feísima».

CarmenDelgadoBirrete

A la facultad, con bastón y sombrero

«Necesitaría ayuda para los exámenes». Así se resume el mensaje que Narciso Bellido dejó en un foro de la Universidad de Educación a Distancia (UNED). Lo que llamó la atención de quien encontró la petición fue la edad del estudiante: 86 años.

NarcisoUNED

«Saludos, necesitaría para practicar los exámenes antiguos para practicar. Tengo 86 años y me es complicado buscarlo debido a mi escasa experiencia en interne. Muchas gracias por vuestra ayuda y ánimo a todos» (sic).

«En realidad me llamo José Narciso, porque cada uno de mis abuelos quería que me llamara como él. El cura metió mano y dijo: "¡Pues los dos!". Aunque a mí me gusta más Narciso, es como más afrodisíaco». Así se presenta este granadino de nacimiento (aunque criado en diversas partes de Andalucía), actualmente matriculado en Derecho por la UNED. Hijo de un guardia civil y el segundo de cinco hermanos, le encantaba leer y estudiar desde pequeño. «Iba a un colegio en Antequera que mi padre pagaba pidiendo dinero a sus amistades. Lo que más recuerdo es el frío que pasaba, siempre con pantalones cortos y alpargatillas. Eso y el hambre. Robaba los mendrugos de pan que el cochero guardaba para los caballos. Me levantaba a media noche y los cogía». Según cuenta, con 14 años tuvo que dejar los estudios. «Como mi padre pedía dinero, uno muy envidioso se chivó al Director General de la Guardia Civil, Don Camilo Alonso Vega, siempre me acordaré de su nombre, y como este era más malo que un dolor mandó a mi padre de servicio a otro sitio, a Isla Mayor».

Comenzó a vender hilos y dedales, los llevaba en una cesta casa por casa. Eso cuando no tenía que ir al campo a trabajar. Con la mayoría de edad, y tras acabar el servicio militar, ingresó en la Policía Armada, en el servicio nocturno. «Como en realidad ganaba poco, por las mañanas trabajaba en un almacén de madera, descargando tablones. Al final se te ponían los hombros en carne viva». Con 25 años, Narciso se marchó a Santo Domingo (República Dominicana), pero tras cinco años allí trabajando de policía decidió volver a España y abrir una tienda de comestibles en Écija. «Para poder pagar a todo el mundo tuve que endeudarme. Así que cuando me jubilé, dije: "Voy a estudiar Derecho". Porque a mí me habría encantado entender de leyes, creo que me habría sido muy útil para mi negocio».

Narciso, que tiene artrosis, acude a los exámenes con su bastón, su sombrero y su carné de estudiante. «A clase solo voy para examinarme. Ahora en febrero he tenido los exámenes y creo que he salido bien. Voy aprobando como puedo, con cincos, seises y, bueno, algún siete he sacado». El tiempo en casa lo dedica a estudiar en su despacho y a cuidar de su mujer. «Antonia y yo fuimos unos pioneros porque nunca nos casamos, somos pareja de hecho. Ella tiene 83 años y está con diálisis, inválida total. Nunca me ha dicho nada, pero yo creo que a ella le haría ilusión, así que tengo preparada una sorpresa: va a venir a casa un funcionario del Ayuntamiento y nos va a casar».

En Corea del Sur con una beca de intercambio

«Al acabar bachillerato y comenzar Económicas en la Universidad de Málaga, me quedé embarazada. Mis padres no podían enterarse, no quería darles ese disgusto, así que me fui a Dublín de 'au pair'». Este fue el motivo por el que Gloria Barceló interrumpió sus estudios. Allí estuvo seis meses, hasta que dio a luz: «Mis amigas me decían que se lo contase a mis padres, que en España iba a estar mejor, pero no me atrevía». Finalmente, su hermano intercedió en el asunto para ayudarla y la familia lo aceptó.

Al regresar, su nivel de inglés era muy bueno, así que se preparó para optar a un puesto de venta de billetes en Iberia, en el aeropuerto. Aprobó el examen y en ese lugar donde nadie permanece, en el que todos están de paso, Gloria trabajó hasta la jubilación. Fue entonces cuando pensó en aquella licenciatura que dejó a medias. Se matriculó de nuevo en la Universidad de Málaga y retomó los estudios. «Al principio llamaba la atención, muchos alumnos pensaban que yo era la profesora. Pero en seguida me adapté, porque yo soy muy extrovertida y, además, los compañeros veían que yo cooperaba: dejaba apuntes, ayudaba en época de exámenes...».

Ahora con 67 años acaba de irse a Incheon (Corea del Sur) con una beca de intercambio. «¡Como un Erasmus!», dice. Allí comparte habitación con una veinteañera francesa, en la residencia de estudiantes. Con un nivel alto de inglés y tan solo dos asignaturas pendientes para terminar la carrera, Gloria quiere disfrutar tanto como lo ha hecho hasta ahora en la facultad malagueña. «Allí en España siempre salgo con los jóvenes, y bailo muchísimo, la que más, como una loca. Y en Corea, en cuanto conozca gente, igual. Solo que aquí dicen que la gente es más de ir a karaokes, pero yo me apunto a lo que sea».

A su regreso, en julio, Gloria tenía pensado irse a Australia a estudiar otra carrera, pero de momento ha decidido posponerlo, pues quiere disfrutar de sus nietos. «Siempre puedo irme de viaje yo sola unos cuantos meses. O pedirme una de esas becas de lectorado español en el extranjero».

GloriaBarcelo

Gloria Barceló, a la izquierda, junto a sus compañeros de la Universidad de Incheon, en Corea del Sur.

De guarrero a universitario

Con paso rápido y corto, gafas y un pantalón de pana. Así recuerda José Miguel Jiménez Triguero a un compañero octogenario con el que coincidió en la asignatura Historia medieval de Andalucía, en la Universidad de Granada. José Miguel no acierta a decir su nombre, hace ya más de diez años que acabó la carrera de Historia, pero él y otros alumnos recuerdan a 'El Hombre Mayor', como le llamaban. «Además de en nuestra licenciatura, estaba matriculado en Arquitectura. Él siempre decía: "En vez de ir al hogar del pensionista, vengo aquí, no voy a perder el tiempo"», cuenta.

Natural de Albacete y de oficio guarrero —que cuida de los puercos—, se mudó a Granada para estudiar en la universidad de allí. «Siempre hablaba de sus hijos y de sus nietos, pero nunca de su mujer. Imagino que había fallecido. Igual por eso decidió estudiar, para hacer algo que no fuese jugar al dominó con otros ancianos, que era algo que odiaba. Era un hombre muy leído y culto a pesar de no haber ido al colegio. Recuerdo que en una ocasión hicimos una excursión a Baeza y él ejerció de guía. Se cogió un micrófono, se puso en medio del autobús y empezó a contar cosas que ni el profesor sabía», relata José Miguel.

Tanto él como otra alumna, Claudia Molina, mencionan las múltiples intervenciones que realizaba en clase para hacer correcciones al profesor. «Una vez se enfadó mucho porque un compañero hizo un comentario muy prejuicioso sobre los musulmanes y su color de piel. Al día siguiente le llevó una lista de califas y le enseñó que muchos de ellos tenían la piel blanca, los ojos claros y eran pelirrojos».

'El Hombre Mayor' nunca prestaba sus apuntes, que tomaba a mano cuidadosamente. «Si le pedíamos ayuda, él nos sentaba y nos explicaba cualquier cosa. No nos lo ponía fácil, que es lo que queríamos nosotros. Él pretendía enseñarnos. Lo que parece que siempre se le resistió fue el ordenador. «El profesor nos evaluaba a través de trabajos, unos esquemas que teníamos que entregar. Él pidió hacerlos con su puño y letra. No buscaba en Google, consultaba libros. Todo lo hacía a mano». Todo menos consultar el campus virtual, para lo cual pedía ayuda a alguien que estuviese en la sala de ordenadores. «Siempre llevaba un papelito con su nombre de usuario y contraseña». Escritos con boli, claro.


La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.

Dylan Thomas

¿Cuánto cuesta 'Anna Allen'?

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¿Cuánto cuesta 'Anna Allen'?

La capacidad de asombro, en algunos casos, qué pena que no en los mejores, se renueva con celeridad. Pasan tres meses y volvemos a quedarnos ojipláticos ante una historia que nos es todavía muy familiar. El caso de Anna Allen, aunque menos delictivo hasta donde sabemos, resulta muy parecido al del Pequeño Nicolás, personaje mutado a mascota nacional, de andar por casa, una suerte de Lazarillo redivivo con olor a barbour y a gomina.

Hay algo que también huele raro en el caso de Anna Allen, en su zafia y mal 'photoshopeada' simulación de la vida y de la fama. Muchos han pensado, ante la cutrez de los documentos publicados y la súbita desaparición de la actriz, que se trata una broma urdida por alguien además de ella misma y más listo que nosotros, una burla 'banksyniana' sobre el mundo de la farándula, contra la forma en la que creemos todo lo que vemos, acerca de los correosos caminos del famoseo. Un triple salto mortal a fin de quedarse con los carnívoros espectadores del mundo digital, un bulo dentro de un bulo.

Sea como sea, hay una desmesurada cantidad de medios (394 apariciones en digitales, para ser exactos) que llevan una semana haciendo caja a cuento de la historia, destapada por El Mundo y moldeada en Forocoches, demiurgo artífice de buena parte de los memes y virales de este país y donde con mucho tino la apodaron 'Invent-Woman', en honor a aquel sketch de Raúl Cimas sobre un tipo que despachaba descaradamente toda clase de embustes sobre su biografía. Sorprende, sin embargo, que algunos portales especializados no se hayan pronunciado sobre el asunto. En fin, así las cosas, ¿de qué color es el vestido de Anna Allen? ¿Lo véis rojo, como la mentira? ¿Negro como el misterio? ¿Va desnuda?

No pretende este artículo resolver el enigma, que sea verdad o patraña, que la chica esté enajenada (ojo, que ya hay psicólogos pidiendo prudencia) o acabe por parecernos un genio de la posmodernidad y de la ficción cuántica no va a cambiar nada. Lo interesante va por otro lado. Así que hablaremos solo a partir de la información con la que contamos hasta la fecha: una actriz de segunda que supuestamente ha creído que en esa vida falsa podría hallar la gloria verdadera.

La vida digital y las marcas

¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción. La historia de Allen ¿no es también la de todos nosotros, los mismos que nos tomamos una caña en un bar miserable el jueves y radiamos al mundo la velada diciendo: "Fiestaza"? ¿Los que maquillamos nuestro currículum en LinkedIn? ¿Los que nos cuidamos de despertar las envidias de los demás ornamentando deliberadamente el relato digital de nuestros días? ¿Los que asediamos a un actor para lograr un selfie con él y tuitear: "Aquí, con mi amigo el ganador de un Goya"? En la vida digital, todos nos hemos convertido en marcas, en hombres y mujeres anuncio que claman atención a cada minuto.

Si somos marcas, tenemos un un precio. Y lo que estaría bien saber es si vale algo la marca Anna Allen una semana después de que todos conociéramos y le diéramos publicidad a su mejor película. Una marca defectuosa, mentirosa y chabacana pero capaz de ocupar las portadas de los medios de comunicación serios, no solo las de la prensa rosa. ¿Comería usted un alimento caducado? ¿Compraría un coche al que le faltan las ruedas? ¿Invertiría en un producto cuya publicidad es engañosa? No, desde luego. Pero a Allen y a su falacia las hemos consumido sin vacilar, casi con gusto, y ya hay televisiones postulándose para ficharla.

Andy Stalman, uno de los más reconocidos especialistas en branding dentro del ámbito hispanoamericano, considera este caso como muy representativo de nuestro tiempo. La era digital, concede, genera dos tipos de marcas. De un lado, las agricultoras, la que construyen desde la credibilidad, la confianza, la reputación, la constancia... Y, del otro, las depredadoras, que tienen un efecto pompa, pues tal como aparecen, explotan sin que nadie las vuelva a recordar: «El gran debate que dispara este tipo de cuestiones tiene que ver con que hay mucha gente buscando ese momento de gloria pero se olvida de que construir algo lleva mucho tiempo. Si llegas a la cima rápido tienes que sostener ese lugar, debes ser creíble, tener una trayectoria y algo que te respalde. Para cuando nos pusiéramos a evaluar la marca Allen, su nombre ya habría salido del foco».

Por otra parte, como prosigue Mr. Branding, la continuidad de los casos como el de la actriz o el del Pequeño Nicolás responde no a que haya más historias sino más canales para amplificarlas. «Vivimos en una sociedad voyeurista. Quién es más vivo, quién consigue el dinero más fácil, quién es amigo del rey, un vestido que a nadie le importa... La crítica no debe formularse hacia sus protagonistas sino para nosotros como sociedad. Estamos ávidos de historias, la pena es que llenamos nuestro vacío existencial con narraciones efímeras. Como dicen los americanos, "easy comes, easy goes"».

El factor viral

¿Quién pone en duda los contenidos, las historias sin fondo, las fuentes? El hecho de que algo se desenmascare pronto, resuelve Stalman, ofrece un halo de esperanza, pero a la vez, si una chica casi desconocida o un niño de 20 años pueden engañarnos, «¿qué no harán los grupos mediáticos o las grandes corporaciones? Estamos viendo la punta del iceberg». Hay otro factor importante y es el viral, la mecha que se enciende y que no hay como detener: «Si las marcas supieran cómo viralizar sus contenidos, lo harían constantemente. Ahora bien, convertirte en viral no te garantiza que te compren, solo que hablen de ti. No hay muchos casos de empresas cuyo éxito se deba a un golpe de suerte o a la casualidad», amplía. Como conclusión, Stalman señala que la gran metáfora es la de una decadencia cultural que nos habla de trending topics como estos y no de los niños que mueren cada día en el mundo.

Por su parte, Ecequiel Barricart, experto en marca personal y autor del libro 'Tú eres Dios' (Alienta Editorial, 2014), alerta: «Las marcas no parten de este modelo de éxito, sino del talento o la utilidad. Si no responde a estos criterios, es una no-marca. El de Allen es un caso anecdótico, es la historia de una especuladora que no va a obtener retorno. Ha ocupado portadas pero va a desaparecer, porque la gestión de una mentira es muy complicada. Parte de una frivolidad y monetizar eso es difícil». Insiste Barricart en el primer principio de la comunicación, la verdad, como sucede en las gestiones de las crisis, en las que la farsa, como en cualquier otro aspecto de la vida, tiene un recorrido corto: «Lo que me parece increíble es que despierte interés, estamos ante una pérdida de valores en general. Las marcas personales que más admiro no tienen intención de figurar en ningún lado, sino de trascender».

Que le hablen de trascendencia a un adolescente. Por lo general, un chaval hoy no quiere ser astronauta o bombero, ni siquiera futbolista, su anhelo es ser famoso. Sociológicamente, el asunto es preocupante porque el hecho de que el éxito responda a un esfuerzo o a un talento hace mucho tiempo que ha dejado de importar. Llevamos siglos de 'Belenes Esteban'. ¿Y estos últimos meses? No hablamos ya del pequeño Nicolás, sino de la cohorte de personajes —periodistas incluidos— que viven hoy a rebufo de ese nombre, de por qué todo el mundo en España sabe quién es 'La pechotes' pero desconocía que Harper Lee fuera mujer, siguiera viva y continuara publicando libros.

De nuevo, Anna Allen funciona como la metáfora perfecta del cambio de paradigma. En este sentido, Barricart abunda en que lo importante es que tu trabajo influya en las personas de forma trascendente. Todas las concesiones que se produzcan en términos de superficialidad no otorgarán nunca valor a una marca.

Tampoco ser trending topic te dará de comer. El de Allen, de resolverse con entrevistas en televisión, sería más bien un cuento de "toma el dinero y corre" que no gozaría de continuidad, que se perdería en la noche de los tiempos como el del concursante de un reality. «¿En qué sociedad vivimos para que alguien entienda que este es un modelo de éxito? Me produce compasión, ¿qué tiene que pasar en la cabeza de una persona para hacer algo así?», se pregunta Barricart.

El efecto espejo

Especializado en redes sociales y profesor de la escuela audiovisual CEV, Carlos G. Panadero determina que la clave está en el efecto espejo que provocan este tipo de personajes: «Para mucha gente es más fácil identificarse con un estafador que con un actor de talento. Sucede así con los realities, no admiras al concursante por lo que hace, sino porque te demuestra que eso también lo podrías hacer tú mismo echándole cara, ser del 'star system' ahorrándote el trabajo metódico que implica, eso es lo que triunfa», lamenta. Para Panadero, como para Barricart, la marca personal solo puede corresponderse con autenticidad y considera la peripecia de Allen como una torpe estrategia para lograr el éxito «inmediatamente o nunca».

Ahora bien, la aparición en prensa es cara, eso sí que lo saben las marcas. Si pudiera cuantificarse su espacio en periódicos —también en este— y sus minutos en medios audiovisuales, ¿de cuánto dinero hablaríamos, Anna? José Luis Zimmermann, director de la Asociación Española de Economía Digital opina que en este tipo de casos la ciencia no ha aportado aún una métrica que pueda cuantificar su impacto digital desde un punto de vista realista, pues aún hay limitaciones que lo emplazan en el mundo de la subjetividad. Además, los mecanismos que se emplean son prácticamente los mismos que los del mundo offline. «La reputación, que puede convertir algo en positivo o negativo, es una cosa, corresponde a la comunidad, pero la identidad es otra», distingue.

La opinión de Gonzalo Martín, socio directivo de Territorio Creativo, confirma que la reputación de Allen, como en cualquier otro ejemplo sustentado en la pantomima, ha quedado arruinada: «Siempre decimos a nuestros clientes, y más en las redes, que no se pueden contar mentiras, porque son muy fáciles de rastrear». Sin embargo, todos querríamos a día de hoy escuchar a Allen explicarse, ¿o no? «De toda la vida ha habido impostores y pregoneros. La tentación de publicar asuntos que interesan a la mayoría es muy grande y eso vale para radios, periódicos, redes... En Twitter, por ejemplo, el ingreso real es menor que en el medio audiovisual, donde hay publicidad», aporta Martín.

¿Y si una persona como Allen, que ha gozado de esta presencia tan cara en prensa, acudiera mañana a una agencia como Territorio Creativo para que les llevaran su marca? «Le diríamos que no, no podríamos vincularla a un producto. Lo primero que analizaríamos sería el sentimiento que posee, y es negativo, lo que va en contra de nuestras políticas. La red genera una gran transparencia, veo francamente complicado que alguien quiera vincularse a un personaje así. Ahora, estamos en una sociedad en la que ciertas personas, tras una fase de desprestigio, se convierten en personajes cuyas andanzas pasan a formar parte de la industria del entretenimiento. El valor, pues, lo dará el mercado, quien quiera pagar por ello. Ahí es donde pueden entrar algunos medios a explotarlo. Sí, dejemos ya el tema.

Metro de Madrid… ¿Vuela?

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Metro de Madrid

Con las claritas del día, el inicio del viaje comienza en la línea 12, llamada Metrosur. Desde aquí, un billete combinado hasta el centro de la capital cuesta 3 euros. Si se quiere ir al aeropuerto, el precio asciende hasta superar los 5 euros. Después de recorrer algunas paradas de esta línea sin problema alguno, llega el transbordo en Puerta del Sur, salida de la línea 10. Ésta es, a la vez, una de las principales líneas del servicio y la única que conecta el sur y suroeste del área metropolitana de Madrid (Alcorcón, Móstoles, Leganés, Fuenlabrada y Getafe). Es lunes y hora punta. El viaje comienza.

Lunes

Para pasar de la línea 12 a la 10 hay que pasar por unos 'tornos' que separan las escaleras mecánicas del andén. Los vagones abren sus puertas y la gente que sube empieza a correr. Nadie quiere perder el tren debido a las nuevas frecuencias que hay, ya que pueden ser de 7 minutos o incluso hasta 20. El primer tropiezo llega cuando el billete combinado es 'escupido' por la máquina. La luz roja avisa que no sirve. Se prueba en otro. Lo mismo. Los ojos buscan ansiosos al encargado de la taquilla o a algún responsable de las instalaciones, pero el pequeño mostrador con el logo corporativo está vacío. No hay nadie. Finalmente, y al cuarto intento, el billete es aceptado por otra máquina y las puertas se abren. Para entonces, el tren ya se ha marchado. En esos casos, según Metro de Madrid, «siempre puedes contactar con el personal a través de los interfonos amarillos para que te ayuden».

El cartel luminoso que anuncia el siguiente tren todavía no se ha encendido, pero cuando lo hace, avisa que faltan 5 minutos. Sumándole los dos minutos que el cartel informativo ha estado apagado, en total son 7 minutos de espera. Demasiado para la hora punta.

Cuando el siguiente tren parte hacia su destino, el vagón se abarrota de gente y es complicado encontrar un asiento libre. Toca permanecer de pie y agarrarse bien, aunque con la lenta velocidad que hay en esa línea hasta la estación de Príncipe Pío, resulta complicado caerse.

Martes

Si el lunes empezó regular, el martes se estrella en la desgracia de las averías. La línea 10, en hora punta, ve interrumpido su servicio. Son cerca de las nueve y media de la mañana y, según avisan, el tiempo estimado de espera es de 15 minutos. Además, los trenes llegan únicamente a Laguna. Las estaciones anteriores a Laguna, como la de Cuatro Vientos, van acogiendo a mucha más gente en sus andenes. A la llegada de un nuevo convoy, será imposible entrar. De hecho, hay personas que, ya resignadas, deciden esperar al siguiente tren. Mientras tanto, en Batán, comienzan a desalojar pasajeros.

Metro madrid Batán

Foto de Cecilia Martín

Algo lejos de allí, el descontento aparece en la línea 1, exactamente en el vagón M-2316. En este caso es la carencia de iluminación artificial y la falta de mantenimiento, como sucede en los accesos de la estación de Gran Vía, donde parte de los pasamanos de una de las escaleras de acceso son sustituidos por unas cintas de plástico. Todo por unas obras a medio terminar que permanecen señalizadas con conos naranjas. Después de Gran Vía, la parada de Tribunal ofrece al ciudadano un desagradable olor que, a día de hoy, todavía no saben cómo evitarlo.

Y si las cosas están así en las líneas 1 y 10, en la 7, según denuncian otros pasajeros, siguen con las fugas de agua. Otra cinta con el mensaje 'no pasar' y un cartel amarillo que indica el peligro corta uno de los vestíbulos.

No pasar metro madrid

Foto de Marta Serrano

Miércoles

El 'mal' de las averías se ceba en esta jornada con las líneas 5, 6 y 9. Según informa Metro de Madrid, «la circulación queda interrumpida en la línea 9 entre Herrera Oria y Mirasierra en ambos sentidos por incidencia de un tren». Por su parte, en la 6, la incidencia se encuentra entre Sainz de Baranda y Avenida de América, cosa que se agrava mucho más si se tiene en cuenta la condición de intercambiador que tiene Avenida de América. Nadie sabe nada acerca del problema, únicamente que hay pasajeros que llevan 15 minutos atrapados en uno de los túneles de la línea 6. Y por si esto fuera poco, las obras en Sainz de Baranda obligan a cortar otro acceso.

Suspendido servicio metro madrid

Foto de María Jesús Martín

Llegados a Suanzes, estación perteneciente a la línea 5, las colas para solicitar justificantes se hacen visibles. Hay personas que ya han perdido más de una hora y media de jornada laboral y desde Metro de Madrid son incapaces de solucionarles el problema. Todavía no es ni mediodía y el servicio ha torcido el día a miles de madrileños.

Por la noche, con otros itinerarios, la estación de Santiago Bernabéu (línea 10), para no perder las 'buenas' costumbres, tiene las dos escaleras mecánicas sin repararse. Una vez llegados a otra estación para continuar por la línea 1, otro tren se detiene y es desalojado.

Escaleras averiadas metro madrid

Foto de Óscar Barragán

Jueves

Aunque desde Metro de Madrid aseguraron que arreglarían las escaleras de Santiago Bernabéu, dichos accesos siguen todavía con sus correspondientes vallas amarillas. En Nuevos Ministerios, minutos más tarde, el cartel informativo indica que el próximo tren llegará en 10 minutos y el siguiente en 11. De nuevo, la hora punta se convierte en una desesperación.

Por la tarde, después de la hora de comer, Metro de Madrid avisa de una nueva incidencia, esta vez en la línea 7: «Circulación lenta en la línea 7 entre Guzmán el Bueno y Lacoma por incidencia en las instalaciones». Ambas paradas están separadas por otras cinco estaciones. El trayecto entre los dos puntos se hace eterno y hay muchos, muchos rostros enfadados. Alguno lanza una patada desesperada y tímida a la puerta. Se hace el silencio.

Cuando la noche cae, pasando de Atocha a Tribunal en la línea 1, un grupo de viajeros decide permanecer de pie y no tomar asiento. El motivo es sencillo: hay una jeringuilla usada que no tiene dueño. Como si nada, otros pasajeros se cambian incluso de vagón. Según avanza la semana, las sorpresas que otorga Metro de Madrid llegan a ser infinitas.

jeringuilla metro madrid

Foto de @PabloRMCF96

Viernes

El nuevo día saluda desde la estación de Islas Filipinas (línea 7) con sus escaleras mecánicas estropeadas a las ocho y media de la mañana. Luego, en Lavapiés (línea 3), los tornos averiados (sólo uno de los cinco funciona) hacen que se amontone la gente. Las prisas aceleran el paso de los más impacientes.

Por suerte, el resto del día pasa sin demasiados problemas en las líneas de Metro de Madrid. Las únicas quejas llegan por la noche, cuando las frecuencias entre trenes son cada vez mayores. A las doce y media de la noche, hay luminosos que indican una espera de 17 minutos. Aún así, sigue siendo tedioso.

Sábado

Al igual que la gente utiliza este servicio también en fin de semana, las averías no iban a ser menos. En Moncloa (línea 6) los ascensores se encuentran fuera de servicio. Una madre con un carrito de bebé protesta: «¿Quién me ayuda ahora a subir el carrito hasta la calle?». En Argüelles, parada anterior a Moncloa, se repite la escena de los ascensores. 15 estaciones después, en Arganzuela-Planetario, las escaleras mecánicas se exhiben paradas y con su cartel de aviso correspondiente. Y ya, en Legazpi, otra escalera estropeada.

Ascensor averiado metro madrid

Foto de Elena Pontón

Ese mismo sábado, y en el programa 'La Sexta Noche', Pablo Casado, portavoz del comité de campaña del Partido Popular, puso como ejemplo de buen hacer la gestión de su partido en Metro de Madrid. Sin embargo, los pocos trabajadores de Metro de Madrid que accedieron a ser entrevistados para este reportaje no opinan lo mismo: «Las cosas están muy revueltas y no sabemos qué va a ser de nosotros ni hacia dónde vamos a ir», explicaba un trabajador que prefirió permanecer en el anonimato. ¿Quién miente? ¿A dónde va el dinero de los abonos? Y lo que es más importante, ¿existe un interés en desmantelar Metro de Madrid? Otro trabajador que prefirió no decir su nombre dejaba entrever que sí.

Domingo

Como guinda a la semana y para celebrar el Día Internacional de la Mujer, Metro de Madrid expuso en la estación de Núñez de Balboa un mural de la artista Hyuro en el que se representaban a distintas mujeres realizando tareas domésticas. Según la mayoría de visitantes a las instalaciones, dichas imágenes son «retrógradas y sexistas». Desde Metro de Madrid se limitan a explicar que «las imágenes son un homenaje para reconocer la importante labor que realizan las amas de casa». Un rezagado viajero escudriña las figuras del mural y resopla. Al bajar, se encuentra con 10 minutos de espera. Entre dientes, gruñe: «¿Y no decían que el metro de Madrid volaba?».

Mural mujer metro madrid

Pis, gasolina y lejía: así se prepara la coca pura

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Así se prepara la coca pura

«No lloro por ser maricón, sino por pena. Por esos niños sin padres, sin comida... Si me van a quitar mi plantación, mejor que me maten para no ver a mi hijo morir de hambre». Las palabras pertenecen a uno de los muchos cultivadores de hoja de coca del VRAEM, un remoto valle peruano que en los últimos años se ha convertido en el mayor fabricante de cocaína: el 20% de la producción mundial sale de aquí y se dirige, principalmente, a Europa. Muchas familias son minifundistas, gente que huyendo de la violencia del grupo terrorista Sendero Luminoso llegó a esta zona, cogió un trozo de monte y comenzó a cultivar coca para sobrevivir. Sin embargo, el gobierno de Perú pretende erradicar 35.000 hectáreas de cultivos ilegales de esta planta en 2015. Las familias, dicen, no lo van a permitir. Es el pan, es el colegio, es la ropa de sus hijos. «Pensarán mal de mí», reconoce uno de los cultivadores, «pero la gente de aquí vive de la coca. Sin coca no hay vida», añade.

El motivo principal es la rapidez y la escasa dificultad que supone vender la hoja de coca. Así lo recoge David Beriain en un artículo publicado en El País: «Si siembras café o cacao, como propone el Gobierno, tardas en cosecharlo tres años y luego hay que sacarlo del valle para la exportación. ¿Cómo lo haces si solo tienes una hectárea? No hay carreteras», le reconoce un cosechador al periodista.

Pero ¿cuál es el proceso que sufre esta planta desde que es vendida a los narcos hasta que millones de personas la consumen convertida en polvo blanco? Esto es lo que retrata David Beriain en el documental 'Amazonas clandestino', una serie de seis episodios que el martes 10 se estrena en Discovery Max. Los dos primeros capítulos desmenuzan las intrigas relacionadas con la fabricación y el comercio de esta droga, mientras que los cuatro restantes tratan temas como la sangría ecológica a la que está sometida la Amazonia brasileña, la nueva fiebre del oro o la Colombia de las FARC.

CocaPura

Del 'pisador' al cocinero

En el VRAEM no siempre el día es inocente y la noche culpable. En plena mañana, en los laboratorios ilegales que se instalan entre los árboles, los 'pisadores' transforman la hoja de coca en pasta base. Para ello, machacan la planta con sus pies, la masajean, un acto similar al pisado de la uva. De repente, uno de ellos grita: «El pichi no va a salir. El pichi no sale. ¿Alguien para orinar por ahí?». Otro se acerca y mea encima del mejunje. «La orina da sabor. Es como echar uno de esos sobrecitos a la sopa», explica el químico. Para formar la pasta base, la receta pasa por verter lejía —«para que suelte más alcaloide», dicen— y gasolina. «Lleva gasolina para que se coagule, como el queso con la leche», apunta. Acerca su nariz al material. Husmea. Es el olor de la droga. «Todo el mundo hace esto», se justifica. «Uno mismo tiene que inventar. Otros países inventan cómo hacer un carro o un avión, nosotros inventamos cómo hacer coca».

Para convertir la pasta base en clorhidrato de cocaína (polvo blanco), además de cal para que le dé consistencia, el cocinero mezcla el material con alcohol, acetona (un quitaesmalte común) y ácido. Cobra unos 200 dólares por procesar 20 kilos de cocaína considerada pura, una cifra irrisoria si se tiene en cuenta que cuando llegue a la calle, cortada no valdrá menos de 200.000 euros. Durante el documental, David Beriain le pregunta qué le habría gustado hacer si no se hubiese dedicado a esto. «Chef», contesta el cocinero. «Mi hija tenía tuberculosis. No tuve otra opción para sacar dinero».

«Siempre habrá gente que mate por la coca»

David Beriain, que destaca el hecho de haber producido el documental íntegro sin una sola cámara oculta, asegura que lo que más le asusta de todo lo que ha vivido es «lo cerca que te sientes de ellos». «Te gustaría sentir que son de otra especie, pero al escucharles, piensas: "¿Qué haría yo en sus circunstancias?"», explica el periodista a Gonzoo. Confiesa no tener la clave para atajar el entramado sanguinolento que rodea al narcotráfico, pues «siempre habrá gente que mate por la coca». «Este negocio no es otra cosa que la sublimación más salvaje y cruel del capitalismo más salvaje y cruel: la ley de la oferta y la demanda en su forma más descarnada», opina Beriain.

«Ponerte en la piel de esas personas no va a cambiar nada, ni siquiera va a hacer que ocurran cosas buenas», apunta el autor de 'Amazonas clandestino'. «Pero escuchar sus motivos igual hace que ocurran menos cosas malas. Todos esos relatos, esas historias… Si juntas todo ese dolor individual lo que tienes es un monstruo».

Ganarse la vida vendiendo chatarra

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El ocaso del chatarrero

No cesa la ida y venida de los coches. Mucha gente sale del trabajo y el Paseo de la Castellana se convierte en una especie de carrusel de metálicos colores en movimiento. Alguna sirena se oye en lontananza. Poco a poco se hace más notoria. Varios coches de policía y una ambulancia se abren paso ante el río de automóviles. El ruido se aleja y toma la calle hacia abajo. Pitan los semáforos para avisar a los peatones invidentes. Cruzar la Castellana con el semáforo abierto para los peatones es un reto. Puede quedarse uno a la mitad y fracasar en el intento o correr y cruzar cuando parpadea el muñequito del verde caminante. En Cuzco, al lado del Marriot, los hierros son vigas y coches. Son tuberías y estructuras modernas en terrazas de restaurantes. El metal en esta zona no está oxidado y adorna. Aún tiene un único e inamovible uso, pero más allá, casi al finalizar la vida en la calle de Sor Ángela de la Cruz cambian los ritmos y las utilidades. Las prioridades y las caras.

Salto cuántico en el asfalto

Atrás quedaron las oficinas y los maletines. En Tetuán mandan los carteles que anuncian vistosos espectáculos en ciertas discotecas latinas. Las tiendas de segunda mano y los locutorios lindan con los bares que, a su vez, ven pasar el tiempo entre casas de ladrillo visto y edificios de nueva construcción. Una amalgama urbana que no atiende de alturas ni de estilos.

Tetuan

Los hierros, aquí, están dentro de camiones destartalados. En un semáforo de Bravo Murillo espera una furgoneta. Detrás, otro camión carga un frigorífico. El copiloto de la furgoneta baja corriendo porque parece que ha visto algo en la acera de al lado. Se trata de los restos de una estantería de chapa. Corriendo cruza la calzada y aún, más veloz, vuelve con ella a cuestas para meterlo por el portón de atrás. Los demás conductores pitan al comprobar que nadie arranca cuando el disco torna a verde para los coches. «¡¡¡Ya va, hombre!!!», grita el conductor de la furgoneta. El del camión de detrás agita el brazo con signos evidentes de enfado. Otro claxon más y arrancan. Ellos, tanto los de la furgoneta como los del camión consiguen encarrilar la calle del Marqués de Viana, pero el resto de coches, que bastante aguantaron, tienen que detenerse de nuevo dado que el rojo del semáforo ya ha llegado.

Por la acera suben familias cargadas hasta arriba de chatarra. Otros, los que pueden, portan todo el material en carritos de supermercados. Es una caravana interminable. Los vecinos se apartan y dejan pasar. «¿Pero a dónde van?», pregunta una joven que está de paso. «A vender la chatarra ahí», responde un cincuentón barrigudo que otea la marabunta desde el umbral de la puerta de un bar.

ChatarraCarrito

Trabajo a la sombra

Un cartel de chapa desconchado da la bienvenida desde la altura del desvencijado local. "Chatarrería. Compramos metales, hierros, etc. Pagamos más que nadie". Debajo, otro rótulo continúa publicitando: "Recogemos a fábricas. Servicio y recogida de fábricas, coches y muebles de cocina". Al lado, y en el mismo letrero, un nombre: J. Pablo García.

En realidad, el aspecto es más parecido al de un taller, pues hay una entrada más pequeña y otra mucho más grande en el lateral. Justo ahí, los empleados de la chatarrería se dedican a desmontar y a clasificar los hierros y aparatos que llegan en grandes cantidades. Las zonas no están delimitadas por paredes, sino por un color distinto en el suelo. La recepción está en el mismo lugar y tras el mostrador hay otro trabajador que no da abasto. Su tez morena resalta por el brillo del sudor. Luce una gorra de color azul que le sirve para mantener la cabeza fría. A la vez que atiende a un par de hombres, maneja otro mostrador para tomar los datos de nuevos clientes. «Ahora mismo tenemos muchísimo trabajo. Como ves llega mucha gente», explica apurado.

El precio del vil metal

La gente aquí habla alto y tiene que repetir lo que dice porque el ruido de la chapa y del hierro golpeado es aún más fuerte que la propia voz. «¿Me puede mostrar su DNI, por favor?», le pide el encargado a un nuevo parroquiano. El control de lo que llega es imprescindible para conocer la procedencia de lo que se compra y de lo que se vende. De ese modo se evitan problemas con la policía, como ya sucedió en el pasado. «Siempre pedimos el documento nacional de identidad. Es nuestra obligación y debemos hacerlo así».

Se pesan la mercancía y se negocia un precio. Ya lo decían a la entrada: "Pagamos más que nadie". De ahí que haya una fila de personas dispuestas a sacarse un dinero por todo aquello que han ido encontrando en la calle o en la basura. Los carritos de supermercado están aparcados justo al lado. Sus dueños no le quitan ojo. «Más de una vez me lo han intentado quitar en algún descuido, así que no me fío ni de mi sombra», comenta una mujer de avanzada edad. «Es mucho peso para mí. Demasiado, y no estoy ya para estas cosas. Pero tengo que ganarme la vida, hijo mío». Cuando se despide, una familia compuesta por una madre, un padre y dos niños pequeños (ambos con sendos carritos también) aparecen en las inmediaciones. El padre trata de adivinar: «A ver qué nos dan por lo que traemos». Se organizan y juntan lo que pueden en un único carrito. Los niños no paran quietos y la madre se asegura para que no crucen la carretera. «Mejor esto que estar delinquiendo», dicen.

Un último vistazo

La chatarrería lleva décadas abierta aunque su historia reciente pende de un hilo por normas urbanísticas y leyes. Pero no importa; no faltan clientes y el negocio se mantiene. Algunos se quejan de que dan muy poco por un frigorífico y otros, asumiéndolo, aceptan y se conforman con lo que les dan.

Un nuevo camión pasa cerca y su conductor mira dónde puede descargar. Atravesando la calle de al lado, cuatro señores dejan en la esquina un frigorífico a la espera de la llegada del compañero que aún anda rezagado más atrás.

Rondando las ocho de la tarde, todavía hay movimiento dentro de la chatarrería. En la calle, un corpulento empleado de frondosa barba barre con calma. Para un momento y se apoya sobre el cepillo. Observa la lejanía del Paseo de la Castellana, donde los hierros y las vigas combinan con el alumbrado de los coches que, algún día, pasarán a formar parte de la chatarra. Solo es cuestión de esperar.

Son jubilados, emigraron y ahora Hacienda les reclama impuestos

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Mario y Teresa

¿Quién disparó primero? ¿Dónde fueron a parar las recompensas del duro trabajo de Mario y de Teresa? Él, abatido por el ocaso de los años, responde con rabia desde su hogar de Algete (Madrid) al recordar cómo le engatusaron y cómo es el funcionamiento de la justicia española: «Poco se está matando», comenta amargamente.

Hoy, su cuenta corriente va perdiendo cuerpo, y no porque haya derrochado sin miramientos, no. Su dinero, ése que ganó después de cuarenta y tantos años trabajando, ahora pertenece a otros. «Me echaron de la empresa en la que estuve trabajando y me indemnizaron con treinta mil euros, dinero que ahora no tengo», se lamenta. ¿El motivo? Mario emigró a Suiza en los años 60. Once años después volvió a España y trabajó hasta hace relativamente poco, cuando esta empresa decidió que él y sus compañeros ya no valían para desempeñar su labor. «La empresa se fue a la India y a China y nos echaron». Ahí se acabaron sus días laborales.

El "banquero amigo"

Teniendo ese dinero entre manos, Bankia lo llama amistosamente. «Ven, Mario, que tenemos un nuevo producto que hará duplicar tu dinero». Mario, que por las circunstancias de la época no pudo casi ir al colegio, dudaba. Pero el banco seguía abriéndole la puerta: «Mi familia tiene el dinero metido aquí también. ¿Por qué no lo vas a meter tú también? Te interesará. Invierte aquí tu dinero». Y Mario, a sus más de 70 años, lo hizo. Se fió.

Cuando las cosas se pusieron feas y Mario quiso recuperar su dinero —en vano—, ese 'amigo' de la corbata, detrás de su mostrador, le insinuó que era un ladrón por querer recuperar lo que era suyo. «Hombre, es que encima querrás aprovecharte del banco», le dijo. Además de estafado, apaleado.

Ahora está en su casa esperando a que, de alguna manera, le llegue ese dinero de nuevo. Y lo necesita, claro que lo necesita, porque su pensión no da para nada. «Tendré que pintarlo. No sé». Cuando le avisan, acude con más afectados por las preferentes a protestar delante de la sucursal del banco de turno o para mostrar su descontento a los que los engañaron. «Pero somos como trescientos o doscientos viejos los que vamos cuando nos avisan. Echo en falta más gente, sobre todo gente joven que nos apoye», se lamenta.

Carta desde Hacienda

Como dice el refrán, a perro flaco todo son pulgas, pues Mario recibió recientemente una carta de Hacienda. «Yo he hecho siempre la declaración y he pagado mis impuestos, aunque no estoy de acuerdo en cómo se utilizan», pensó antes de abrir el sobre.

Al leer la misiva, se encontró con que debía una cantidad que, según el Gobierno, no declaró en su momento, justo cuando volvió de Suiza. «La empresa para la que estuve trabajando en Suiza me retenía la parte correspondiente, sobre todo a los extranjeros, a la hora de liquidar los impuestos. Nos descontaban una parte». Si Mario cotizaba en Suiza, ¿por qué le viene esta carta ahora? Él, al hacer la declaración como «todo hijo de vecino», indicó que recibe una pensión desde Suiza, pero en Hacienda le restaron importancia y le calmaron con un «no pasa nada». Aunque, en realidad, tenía que haber declarado esa pensión desde el 2010.

Pintando el dinero

Mario, el protagonista de la historia, no es el único que se encuentra con esta vicisitud, pues la Agencia Tributaria ya ha enviado cartas a jubilados asturianos, murcianos, gallegos, madrileños, etc, que emigraron en su momento. Según transmitió el Delegado de la Agencia Tributaria de La Coruña a los afectados, «la falta de dinero obliga a aplicar de forma estricta la ley».

El fisco ha solicitado hasta, en algunos casos, más de cien mil euros, pero la mayoría tiene que entregar diez mil euros. Otros, como Mario, algo menos, pero aún así es un dinero que no tiene y que debería conseguir antes del 30 de junio, que es cuando el plazo finaliza. «Si no puedo pagarlo me ponen una multa, me subirán ese dinero y me embargarán, supongo». Debe, según Hacienda, casi cinco mil euros y los intereses, que son del veinte por ciento.

Teresa (viaje a Suiza)

La sonrisa de Teresa

Teresa, por su lado, aún tiene una esperanza en su voz. Ella también ha recibido la carta de marras, pero tiene que pagar bastante menos. De todas formas, tampoco cuenta con todo ese dinero al haber trabajado menos años que Mario. «Nunca he hecho la declaración, así que no sé voy a tener que pagar exactamente hasta que me lo digan», dice Teresa sobre su caso. Ella cobra 405 euros de pensión en España y 200 euros desde Suiza.

El calendario avanza y el tiempo juega  al contra. No hay dinero pero tampoco hay idea de cómo se afrontará el pago. «Tendré que fraccionarlo, porque no tengo ahorrado», se apena Teresa que, aún así, repite que «no sé lo que tengo que pagar».

La espera es lo que le queda antes del mal trago. Habla con amigas y afectados que están en su misma situación y el miedo le invade el cuerpo. «Una amiga tiene que pagar 1.700 euros. Tendremos que esperar». Un suspiro se escapa.

Noticias no tan agradables

Ambos, Mario y Teresa, se comparan con los políticos y tratan de hacer justicia en sus respectivas mentes. Unos, los que son cara común en los telediarios, juegan con titulares y con declaraciones manejadas por abogados y defensores que buscan estirar el tiempo hasta que el delito fiscal, en caso de haberlo, prescriba.

Teresa no puede más: «lo que me cabrea es escuchar todos los días el telediario. Cuando no es una cosa, es otra. Es terrible». Con un sombrío futuro, piensa en positivo y en que los ánimos son indispensables. También los más allegados. «A las amigas les digo que se admiten donativos», trata de bromear medio en serio.

Los casos de Mario y Teresa no son aislados dado que hay muchos españoles en la misma problemática. Ciudadanos que tuvieron que dejar esa patria que otros ahora alaban a costa del emigrante que, al volver, ve cómo le 'agradecen' los servicios prestados.

Mario y Teresa (viaje a Suiza)


Los niños de las favelas no quieren parecer pobres

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Los niños de las favelas no quieren parecer pobres

«¿Cómo te gustaría que los demás te vieran?». Esta es la pregunta que la fotógrafa Iris Della Roca planteó a un grupo de niños de una favela en Río de Janeiro (Brasil). El resultado ha sido su trabajo 'Si el Rey no es humilde, ¡que el humilde sea Rey!', una serie de fotografías donde retrata a los críos de la favela Rocinha tal y como les gustaría ser vistos por el resto del mundo.

«Cuando la gente habla sobre las favelas, generalmente se refieren a lo miserables y sucias que son esas zonas y a lo pobres que son sus habitantes. Pero esa gente quiere ser más que eso; quieren ser ellos mismos y no ser reducidos a una condición social», aclara Della Roca.

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Su objetivo era darles la oportunidad de que se expresaran libremente. «En nuestras sociedades, encasillamos a la gente en categorías pero no tenemos en cuenta quiénes son realmente, cuáles son sus nombres, sus sueños y sus esperanzas. Solo damos valor a la gente guapa y glamurosa que sale en las revistas y parece que es el único tipo de personas que vemos. Este proyecto intenta mostrar quiénes son estos niños en vez de enseñar solo de dónde vienen».

Han pasado siete años desde que esta fotógrafa pisó Río por primera vez, tras terminar sus estudios. Se quedó emocionalmente atada al país, dividiendo su corazón entre Brasil y su Francia natal. «Fui a Brasil porque tenía familia allí y siempre me apasionó ese país».

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Contrastes económicos

Ya había trabajado en Francia como educadora en albergues y reformatorios de menores. Así que buscó una asociación en Río a través de la que poder trabajar con menores y entró en contacto con la ONG Rocinha Mundo Da Arte, situada en una favela homónima.

Entró en el corazón de la ciudad a través de su estancia en Rocinha, una de las favelas más grandes y conocidas de Río, escenario de la película 'Ciudad de Dios'. Situada al sur de la ciudad, Rocinha se convirtió en la perfecta muestra de los contrastes económicos de la población debido a su proximidad con los barrios de clase alta Gávea y São Conrado. Sobre esta favela la fotógrafa opina que «la pacificación de la policía trajo consecuencias buenas y malas, pero no resolvió ninguno de los principales problemas».

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Tras un año como voluntaria de la asociación, conoció a un grupo de niños con los que se reunía a menudo. De esos encuentros, surgió el proyecto. «Un día empecé a escuchar a los críos, a preguntarles cómo les gustaría que la gente los viera. Se me ocurrió la idea de retratarlos y les pregunté quiénes querían participar».

Marineros, bailarinas, hadas, gánsters, reyes de la playa o, simplemente, ricos son algunos de los deseos de los protagonistas de esta serie. Apenada, Della Roca reconoce que ha tenido que dejar fuera muchas fotos. «Terminé teniendo 60 modelos diferentes que deseaban formar parte del trabajo», explica.

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Los pequeños no solo han sido modelos, sino también participantes activos del proceso creativo previo a la sesión fotográfica con cada uno: «Les pedía que posaran como quisieran, les preguntaba cómo querían que fuese su foto e incluso traían dibujos y collages sobre cómo se imaginaban su instantánea».

Esa emoción, implicación e imaginación fueron algunas de las causas por las que esta francesa de 30 años quiso que los niños fuesen objeto y sujeto de esta creación: «El mundo de la infancia y de la adolescencia es mágico para mí. Es una edad fantástica donde siguen creyendo en muchas cosas y tienen aún una gran espontaneidad y creatividad».

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Exposición en Londres

Actualmente, Della Roca es una de las de 34 mujeres fotógrafas de World Wide Women, un colectivo de artistas de todo el mundo que representa el espíritu libre e indomable de las mujeres en el arte actual. 'Si el Rey no es humilde, ¡que el humilde sea Rey!' es uno de sus primeros trabajos, que ya ha sido expuesto en la Little Black Gallery de Londres.

Ante todo, se considera afortunada: «He tenido la oportunidad de hacer fotografías, exponerlas e incluso estoy trabajando en un libro». Sin embargo, admite que ser una joven fotógrafa en la coyuntura económica actual no es fácil. «Desde que dije que quería dedicarme a esto lo que más he oído es: "¡Pero es muy difícil!". Y es verdad, pero no hay nada más importante que hacer lo que uno ama».

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Ni el alzhéimer hará que te olvides de tu canción favorita

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Música para despertar

Entre las últimas áreas que desaparecen en el cerebro dañado por el alzhéimer se encuentran las encargadas de la memoria musical y la capacidad de sentir emociones. Uno no puede evitar apretar la mandíbula y tragar saliva cuando ve a Paco llorar mientras los recuerdos le vuelven tras escuchar 'Mi carro', de Manolo Escobar. El anciano se emociona y le agradece el regalo a Pepe Olmedo, psicólogo sanitario y músico.

Proyecto 'Música Para Despertar'

Junto a Pepe están Mar Olmedo (neuropsicóloga), Álvaro Cabezuelo (psicólogo y músico) y Noemí Álvarez (psicóloga sanitaria y bailaora). Ellos forman parte de Música Para Despertar, uno de los proyectos seleccionados por Think Big Jóvenes y Fundación Telefónica. «Después de escuchar y tocar mucha música, de vivir día a día con ella, por así decirlo, y debido al tiempo que estuve trabajando y después como voluntario psicólogo en el Centro de Mayores Cáxar de la Vega, vi una necesidad muy grande de manejar los trastornos de comportamiento de algunos de los residentes, y así posibilitar la reducción de la terapia farmacológica, efectiva, pero con elevados efectos secundarios», explica Pepe.

Después llegaba un vídeo procedente de EEUU, donde están usando la música, a través de unos cascos, para 'despertar' cosas en los pacientes, «y fue en ese momento cuando quedamos entusiasmados y empezamos a probar los efectos en nuestros pacientes, así como acercarnos al tema desde un punto de vista científico, haciendo análisis de investigaciones relacionadas». Además, opina que es «necesario concienciar, pero también es necesaria gente que se motive por su trabajo, que le ponga ganas, y que le ponga amor». Reciben material y donaciones en forma de reproductores de Mp3 y auriculares, tanto de particulares como de grandes superficies.

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La memoria, tan impertérrita como escapista, deja en abandono a las personas cuando la vida sacude sus últimas décadas. Ese exilio del recuerdo, no reconocerte en el espejo. «Aunque ya no recuerden el nombre de sus hijos o su fecha de nacimiento, sí recuerdan sus canciones, sus letras y sus melodías. Por tanto, notamos qué canciones tienen mayor efecto que otras, ya que el brillo de sus ojos y la sonrisa espontánea que aparece, o un suspiro en un momento dado, nos indican que canciones han puesto banda sonora a su vida».

Los protagonistas

María, Paco, Paz, Nati, Lucía, Rosario, Liana. Todos ellos están siendo espectadores de su propia vida sin saber quiénes son los actores de una obra de nunca acabar donde un hijo hoy es un primo y un vecino, un completo desconocido. Por eso, cada caso requiere de una atención personalizada, como cuenta Pepe: «Cada persona es un mundo y requiere de nosotros una involucración concreta». Uno de los casos más llamativos fue el de María, de 85 años. Pepe y su equipo se la encontraron llorando y bastante nerviosa. Todo cambió cuando empezó a escuchar 'Strangers in the night' y salió a caminar. «Lloraba y gritaba, lo pasaba muy mal, llamaba a su madre, le costaba andar con rapidez... Y, de repente, al empezar a escuchar a Frank Sinatra, se levantaba y se ponía a bailar, sonriendo y caminando bastante mejor de lo que podía hacerlo normalmente», rememora.

Como en el ya mentado caso de Paco, de 89 años, cuando se emociona con 'Mi carro'. ¿Sabía Paco, en este caso, que sus recuerdos se fueron marchando poco a poco y es por eso por lo que siente emoción y pena a la vez? «Pues sí —responde Pepe Olmedo—, lo creemos y lo comprobamos, ya que no dejan de decirnos lo mucho que se pierde o que ya no valen ni para escuchar música (al menos los que aún pueden comunicarse, como en el caso de Paco, aunque mucho de lo que diga no tenga coherencia)». El hombre, por otro lado, va por los pasillos pensando que todavía está al cuidado de sus cabras. «El corazón no se pierde y las emociones siguen ahí».

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Al igual que Rosario, de 104 años. Ella no padecía ningún tipo de demencia, solo sordera, y había estudiado piano, violín y solfeo. «Su caso era muy especial, porque amaba la música tremendamente, y eso se notaba en su cara y en las cosas que nos decía al escuchar su música y lo mucho que disfrutaba sus sesiones. Cuando escuchó 'Amapola' fue algo maravilloso, por ver su mirada y escucharla cantar dulcemente la canción». Por desgracia, Rosario falleció recientemente. «Pudimos llevarle su música hasta el último de sus días, literalmente. De hecho, ella ya se encontraba en un estado diferente, parecido al coma, pero con momentos donde se encontraba más despierta. Pocos días antes de morir pudimos compartir con ella uno de esos momentos y escuchar cómo cantaba 'Amapola' por última vez y reía a carcajadas viendo nuestra alegría y vernos cantar junto a ella».

Aprendizaje y desarrollo

Por lo tanto, ¿qué le queda como legado al que perdió su maleta de vivencias? ¿Cómo reaccionan ante este sistema? Olmedo continúa detallando el proyecto. «Ellos se dejan llevar y nos agradecen enormemente las sesiones, y resulta increíble cómo cada vez nos reconocen mejor, y a los aparatos que usamos, cuando su memoria se suele encontrar ya muy deteriorada». Eso, efectivamente, crea vínculos afectivos que no dejan indiferente el equipo, como pasa en muchas ocasiones. «En ocasiones nos aguantamos el nudo en la garganta, en otras nos fundimos en un cálido y fraternal abrazo, y en otras somos nosotros los que les agradecemos a ellos, por hacernos disfrutar tanto y por ser como son».

Otra pregunta surge: ¿cómo verán al equipo de Música Para Despertar? Está claro que los roles cambian cuando una familia tiene que cuidar a un pariente con alzhéimer, pero en con Pepe, Mar, Álvaro y Noemí, que no son familia, ¿son confundidos con hijos, sobrinos, nietos? «No es que nos confundan con algún familiar, o incluso con su marido, que también, más bien se dejan guiar es por las emociones, ya que eso no se pierde», contesta Pepe para añadir después que «cuando ven a su familia real, muchas veces no son capaces de reconocerlos, pero al verlos aparecen las emociones que a ellos tienen asociadas, y ese torrente de emociones hace que sepan que son importantes para ellos, parte de su familia, por todo el cariño que ellos también sienten. Por lo tanto, cuando nos ven, al fin y al cabo, es como si vieran a alguien de su familia, lo cual es maravilloso», aclara el músico y psicólogo.

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Falta de ayuda

¿Puede ser tan desesperada la situación entre el enfermo y los familiares que lo que se busca es acabar con el sufrimiento de la forma más rápida y menos dolorosa posible para todos? «Aquí culpo a la falta de ayuda que tienen los familiares y cuidadores, aparte de muchos profesionales. Vivimos en la era de la información y, parece mentira: tenemos tanto acceso a tanto conocimiento que resulta muy complicado encontrar la información correcta que el paciente necesita. El cuidador debería poder tener un mayor acceso a terapia para ellos mismos».

El alzhéimer es una enfermedad dura y difícil, y es necesario guiar a través de la enfermedad, «explicando los diferentes síntomas que irán apareciendo y explicando las mejores maneras de manejar estos problemas y poder conseguir que la enfermedad avance lo más lento posible», analiza Olmedo. «La verdad es que el proyecto ha estado muy bien recibido desde el primer día, hemos tenido las puertas abiertas y la ilusión de muchas personas por ver lo que la música está consiguiendo».

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A 50 kilómetros del paraíso

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Higüey

Las motoconchos se agolpan a las puertas de los complejos turísticos. Tomar una motoconcho quizás no sea la opción más segura para moverse por República Dominicana pero sí es la más barata. Recorrer los cinco kilómetros que separan mi hotel de la estación de autobuses cuesta 100 pesos dominicanos (unos dos euros). Eso incluye una buena propina para el chófer (motoconcho viene de "moto con chó-fer"). Voy a Higüey, capital de La Altagracia, la provincia en la que se encuentra Punta Cana, una de las áreas con mayor inversión y retorno turístico del mundo.

El Aeropuerto Internacional de Punta Cana recibe cerca de 7 millones de pasajeros al año, lo que supone más del 65% del tráfico aéreo del país. Según la previsión de sus gestores (se trata de una infraestructura de titularidad privada propiedad del magnate Frank Rainieri), el objetivo es, a corto plazo, llegar a los 10. La zona de la costa es un paraíso para el recreo occidental. La imagen es la de un turista despreocupado, alojado en un hotel de "todo incluido", con actividades programadas, fiestas, y mucha, mucha comida y bebida. Pero a 50 kilómetros de la costa la realidad es bastante diferente.

Llevo semanas buscando información sobre Higüey. Google apenas devuelve resultados interesantes. La mayoría de los medios de comunicación locales se nutren de información sobre sucesos: "Joven mata otro de varias puñaladas en medio de riña" (sic), "Clausuran 11 centros de expendio de bebidas alcohólicas", "Accidente deja un muerto y 11 personas heridas en Higüey". Los accidentes de tráfico son recurrentes. Lo recuerdo montado en la motoconcho y me agarro con más fuerza al vehículo. 

Higüey

¿Higüey?, ¿y qué se te ha perdido a ti en Higüey?, me pregunta el chófer ("chofer", con la fuerza en la e en el acento local). Le cuento que he quedado con unos amigos allí. Le importa poco, y en apenas dos minutos ya me ha ofrecido marihuana, cocaína y putas

- No, gracias. 

- ¿Seguro? Mira que yo te puedo conseguir una niñita de 14 años

- Eso es delito. 

- ¿Cómo que delito? 

- En España acostarse con una menor es un delito, muy grave. Ofrecerla, también.

- Ah, sí, sí, —admite, para de inmediato insistir— pero tienes que probar, son las más fogosas.

Me dice que en República Dominicana todo es cuestión de dinero. Me explica qué son las "chapiadoras". Chapeador es la persona que limpia la tierra de maleza antes del cultivo, chapiadora ahora se utiliza coloquialmente para referirse a la mujer que, sin ser prostituta, mantiene relaciones sexuales con un hombre a cambio de dinero. Aquí todo es cuestión de dinero, repite. Le recrimino la actitud, pero él me argumenta su réplica: Chico, esta es la imagen que vendemos, y esta es la imagen que quieren los turistas. Punta Cana se anuncia como una muchacha hermosa sobre playas de arena blanca, dice. 

Es cierto, esta es la imagen que muchos turistas tienen de República Dominicana. Es, también, la imagen que muchos dominicanos quieren dar

Un caos urbano

La guagua se toma más de una hora en recorrer los 50 kilómetros que separan Punta Cana de Higüey. La carretera es mala, y aunque parece que viajamos por encima de los 100 kilómetros por hora, lo cierto es que apenas llegaremos a los 60 en los mejores tramos. He quedado con Jefte Ventura en la puerta de la catedral de Higüey. Jefte pertenece a 'Jóvenes empoderados por un Higüey mejor', una organización independiente que lucha por visibilizar las carencias de su ciudad y denunciar la corrupción política y económica de la provincia.

Contacté con Jefte por Facebook algunas semanas antes de salir de España. Durante ese tiempo, a través de mensajes de audio en WhatsApp, me ha explicado el germen de lo que puede considerarse el "movimiento indignado" de República Dominicana

Higüey

La basílica de Nuestra Señora de La Altagracia es una construcción majestuosa. Opulenta. Se alza hacia el cielo desde el centro de la ciudad. La sobriedad del hormigón contrasta con lo ambicioso de su planta. Se encuentra en una zona privilegiada. Aquí hay seguridad y un cuidado jardín la rodea. Ninguna de las dos circunstancias se reproduce en el resto de la población.

El tráfico de Higüey es caótico. Los semáforos dan igual. Casi todos los vehículos que recorren sus calles son motocicletas. Es más barato, explica Jefte. El combustible tiene precios elevados, entre 90 y 150 pesos el galón (entre 0,48 y 0,81 euros por litro). Se trata de una ciudad donde la picaresca es tal que no es raro encontrar clavos tirados en el suelo en cada cruce. Los colocan los "gomeros", talleres de reparación de ruedas. Poner parches, a un dólar, es un negocio rentable en Higüey.

La basura se acumula por todos los ángulos. Huele a combustión. Hay demasiada gente para un espacio tan pequeño. Esa es la primera impresión. Nos movemos, cómo no, en moto. Mientras me lleva de un lado a otro, Jefte me explica las razones que les llevaron a crear la asociación. Higüey es una ciudad de 200 mil habitantes. No es un lugar turístico (de eso me doy cuenta por cómo miran al blanco), pero la mayoría de sus habitantes trabajan, de forma directa o indirecta, para el turismo de Punta Cana. Aquí nadie muere de hambre, pero la escasez y las lamentables condiciones de vida son evidentes.

Higüey

Corrupción profesionalizada

A poco más de 50 kilómetros al sur de Higüey, en la localidad de La Romana, se encuentra el complejo hotelero de lujo Casa de Campo. Posee uno de los considerados 25 mejores campos de golf del mundo y, a nivel internacional, la urbanización es conocida por sus célebres vecinos. El cantante español Julio Iglesias, el modisto Óscar de la Renta, la colombiana Shakira, la familia Kardashian (que ha rodado allí algún capítulo de su reality show para la televisión estadounidense), el futbolista Cristiano Ronaldo y el actor Vin Diesel son algunos de los famosos que tienen o han tenido una segunda residencia en el 'resort'. 

En Higüey el lujo se ve por televisión, y eso cuando hay luz. La electricidad se corta durante unas seis u ocho horas muchos días. Los generadores no soportan el clima, que oscila entre los 20 y 30 grados de temperatura durante todo el año. Aquí no hay sistema de alcantarillado, las aguas residuales corren por los márgenes rebajados de sus calles. Tampoco hay infraestructuras públicas, y las que hay son una mera representación.

Higüey

Muy cerca del ayuntamiento está la biblioteca pública de la ciudad. Pura fachada. Dentro, entre filas de estanterías vacías, se encuentran algunos tomos antiguos que van desde libros escolares desactualizados a tratados médicos especializados. La biblioteca es atendida por un joven. ¿Viene mucha gente a por libros?, pregunto. Me mira y se ríe. Según el registro público de la ciudad, la biblioteca tiene ocho empleados. Muchos días, me informa Jefte, ni siquiera abre sus puertas.

Higüey

Higüey

En octubre de 2014, 'Jóvenes empoderados por un Higüey mejor' hizo pública una denuncia que apuntaba directamente a la alcaldesa de la localidad y a su padre, senador de la provincia. Según el informe adjunto (en el que aparecen detalladas todas las acusaciones y que puede leerse aquí), entre 2011 y 2013 el ayuntamiento de Higüey registró un gasto de 73,8 millones de pesos (más de 1,5 millones de euros) en combustible. Esto son unos 2 millones de pesos de gasoil y gasolina al mes, que se adquirían en una compañía propiedad de Amable Aristy Castro, senador (y por tanto, impedido para vender al Estado conforme a la ley) y padre de la actual alcaldesa de la ciudad.

Aristy es conocido en la calle como "el cacique de Higüey". Se dice, además, que su hija es un mero "pelele" en sus manos. Ella ni siquiera vive allí, su residencia está en Casa de Campo, que además pertenece a otra provincia, me explican varios vecinos. Con independencia de todas las acusaciones de cohecho y malversación que el político ha recibido, su nombre luce en varios negocios de la ciudad, como estaciones de servicio y varios concesionarios de coches. Pero Aristy nunca ha sido condenado por ninguna actividad y en 2008 llegó a presentarse a las elecciones presidenciales del país.

Es un hecho que aquí la perversión del sistema se extiende desde el menudeo más bajo hasta las altas esferas políticas. La organización de Transparencia Internacional prepara y publica todos los años el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC). En el último, el de 2014, República Dominicana obtuvo 32 puntos, siendo cero puntos equivalente al más alto nivel de corrupción y 100 un nivel mínimo. Ocupa la posición 115 en el ranking de los 174 países evaluados. España, con 60 puntos, estaría en el puesto 37 del mismo listado.

Como afirma la periodista dominicana Lissette Rojas, en República Dominicana la política «es el más rentable de todos los negocios y el de menor riesgo». La organización Alianza Dominicana contra la Corrupción (ADOCCO) lucha desde 1997 contra esta lacra. En la actualidad tiene decenas de casos abiertos.

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Un país de clases

El actual mercado municipal de Higüey se inauguró en 1970. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 25.000 habitantes y Punta Cana no existía como tal. Frank Rainieri sería el responsable de rebautizar aquel trozo de selva con playas inaccesibles sobre el que ahora se asientan los hoteles. Pensó que el nombre original de Punta Borrachón era poco comercial, ha explicado en varias entrevistas. Hoy en día poco queda del relativo esplendor que el mercado tuvo en su época más temprana. Los puestos de alimentación se agolpan en estrechos pasillos llenos de lodo, por los que perros callejeros y ratas se mueven a discreción. 

República Dominicana vive en el contraste de ser, por un lado, una de las economías latinoamericanas con mayor crecimiento (entre 1991 y 2013 el PIB subió en torno a un 5,5%) y, por otro, una de las que más desigualdad ha mantenido. Un tercio de la población dominicana se encuentra por debajo del índice de pobreza establecido por la ONU. El 10% de los más ricos acumulan 40 veces el patrimonio del 10% más pobre y el 20% de la población concentra el 50% de la riqueza, según datos de la ONG Oxfam. La renta per cápita fue de 4.428 euros en 2013. En España, en ese mismo periodo, fue de 22.300 euros.

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La mezcla de olores de las especias no es capaz de disimular el hedor que desprenden los puestos de carne del mercado. En ellos, los animales muertos se exhiben enteros o en partes, rodeados de moscas. La temperatura es de 30 grados, pica un sol de justicia y bastan unos minutos para que el ambiente se torne asfixiante. ¿Y esas cabezas? ¿Se compran? ¿Se comen?, pregunto a uno de los tenderos. Claro, responde consciente de que no voy a llevarme nada. Las cabezas de vaca se agolpan a nuestros pies. Parece una broma del desafortunado azar, pero en ese preciso momento una perra se agacha para orinar justo al lado del puesto.

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La inmigración haitiana 

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Nalah tiene los ojos grandes, enormes. Su piel es oscura. Es haitiana. De un solo vistazo es fácil distinguir a los dominicanos de los haitianos. Los primeros son más claros, tienen los rasgos menos duros, menos definidos. Los segundos tienen una mirada más triste.

Nalah está sentada en la puerta de su casa. Al principio no repara en que le estoy haciendo fotos. Cuando se da cuenta, me mira seria, con algo de miedo. Sonrío y la saludo con la mano. Hola. Ella responde agitando la suya. ¿Vives aquí? No me comprende. ¿Cómo te llamas? Nalah, eso entiendo cuando contesta con timidez. ¿Y tus padres? Hace un gesto vago señalando al interior de la casa.

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Entre nosotros, decenas de gallinas cacarean con frenesí. El olor ácido de los excrementos de los pollos es insoportable. Uno se acaba acostumbrando, apunta un empleado de la pollería. Nalah representa otra de las realidades de Higüey, la de la inmigración. Sus padres trabajan en la trastienda y viven en pequeñas casas junto al lugar donde se cría y se sacrifica a los animales. Cobran 10.000 pesos mensuales (205 euros), algo más que el salario mínimo. Tienen 'suerte'.

La situación general de la inmigración haitiana es bastante peor y se remonta casi hasta los orígenes de ambas naciones. Los cálculos del Gobierno de Santo Domingo cifran en cerca de un millón el número de haitianos que se han desplazado para trabajar en la república, pero solo cuenta a quienes se encuentran en situación controlada. Las cifras reales son muy difíciles de calcular.

Hablar con cualquier dominicano sobre los haitianos requiere bastante tiempo. El conflicto, que los primeros señalan como económico, enseguida se revela social: racismo. Lo delatan las pintadas en las calles y el tono desde el que se habla de ellos. Nos quitan el poco trabajo que tenemos, ese es un argumento. No son como nosotros, viene después.

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La mayoría de los haitianos que residen en República Dominicana son mano de obra barata. Muchos se dedican a trabajos agrícolas, duros y muy mal remunerados, como la recolección de caña de azúcar. Solo en núcleos urbanos, como Higüey, realizan otras actividades relacionadas con la venta (muchas veces ilegal) de productos en la calle o, como los padres de Nalah, están integrados en la comunidad.

El área maternoinfantil del hospital provincial Nuestra Señora de La Altagracia está lleno de jóvenes madres o jóvenes embarazadas. La mayoría son haitianas. Es un edificio al borde del colapso. La fachada muestra el desgaste de los años. En el interior la escena es todavía peor. Techos caídos, un ascensor que el celador no recuerda haber visto funcionando jamás, puertas partidas, escaleras rotas. En urgencias las camas se acumulan. Colchones raídos y hundidos. Los familiares sudan, no hay aire acondicionado, solo una leve brisa entra por alguna ventana. 

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En República Dominicana existe la seguridad social, pero son pocos los dominicanos que acuden a ella. Casi todos disponen de un seguro y son atendidos en centros privados, mucho más modernos y preparados que los públicos. Estos quedan para los haitianos y los dominicanos con las peores condiciones económicas. La Comunidad del Caribe (CARICOM), organización internacional que incluye a 15 de los países de la región centroamericana, ha mostrado en varias ocasiones su preocupación por el trato que los inmigrantes haitianos reciben en República Dominicana, razón por la cual el país ha sido rechazado para incorporarse al organismo regional.

La esperanza de la educación

«La mano oculta de la 'cosa nostra' es muy fuerte, en lo personal estoy pagando el precio con presiones, amenazas y más», explica Jefte. Denunciar la mala situación de la ciudad y, sobre todo, los tejemanejes de la clase política trae consecuencias para los representantes de 'Jóvenes empoderados por un Higüey mejor'. Una semana después de pedir al ayuntamiento sus cuentas para elaborar el informe, Jefte Ventura fue despedido de su empleo como agrimensor y se abrió un expediente (con su nombre y cargos falsos) que no fue retirado hasta tres meses después.

El grupo está formado por 80 jóvenes, pero son seis los que dan la cara y representan a todos los demás. Son universitarios. La educación es una de las cosas que sí funcionan bien en Higüey. Hay dos centros de educación superior, la extensión de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y la Universidad Católica del Este. En total ofrecen 17 licenciaturas.

En la USAD estudian más de 5.000 alumnos y, aunque se fundó en 1966, se conserva en muy buen estado. Al acceder al campus la sensación es de haber traspasado los límites de la ciudad. Se percibe otro espíritu, otro ánimo. Le pregunto a dos alumnos si viven en la ciudad. Uno sí, el otro es de La Romana. ¿Que cómo es la vida aquí? ¿Cuánto tiempo tienes?, me responde el de Higüey. Su objetivo es terminar la carrera, Administración de Empresas, y con suerte irse a EEUU. Si no, me explica, empezaré a trabajar con mi padre, él tiene una empresa de venta de materiales de construcción. La matrícula cuesta unos 1.000 pesos (25 euros) al año, una cifra baja hasta para el nivel de vida en el país caribeño.

Higüey

El Estado tiene claro que el futuro del país pasa por la educación, por eso desde hace años varias medidas se han enfocado en abaratar los costes y facilitar el acceso de los alumnos a los estudios en todos los niveles. Muchas empresas privadas también ayudan a sus empleados con planes especiales para pagar la educación de sus hijos.

Es un paso, pero aún queda mucho por hacer. El 12% de la población dominicana es analfabeta, según la Oficina Nacional de Estadísticas.

«Las inversiones sociales en la educación, la salud y el empleo de los jóvenes pueden fundamentar una fuerte base económica, a fin de contrarrestar la transmisión de la pobreza de una generación a otra», expresó el presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2012.

Aquí no se piensa en un futuro mejor, solo importa el presente, me dice el conductor del autobús cuando regreso al hotel. Me quedo con esta frase mientras observo la realidad desde la ventanilla de un vehículo cómodo y con aire acondicionado. A veces 50 kilómetros pueden suponer un mundo.

Higüey

Tiene 13 años y toca en el metro para pagarse el conservatorio

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Victor, niño violinista

En la niñez apenas se sueña porque para qué, si ya ocurre todo. No así en la adultez, donde hay que fantasear mucho porque no pasa nada, además del metro para ir al trabajo cada día. En la infancia —y en la adolescencia— todavía corremos sin pedir antes a los pies que no nos fallen. Cachorro sin miedo, salvaje; animalillo imprudente, ingenuo, cándido. Victor (nombre falso para proteger su identidad) es un crío de 13 años que cuando anochece ha olvidado que es niño. Utiliza expresiones como «menos del salario medio» para decir que su madre cobra poco, o «escasos recursos económicos» para no decir «pobre». Igual que el escritor Ray Bradbury se preguntaba «Viejo, ¿está el joven ahí?», Victor debe hacer este ejercicio cada noche, cuando regresa a casa tras tocar en el metro: debe recordarse que aún es niño y que al día siguiente madrugará de nuevo para ir al colegio.

Hace apenas seis meses que se vino de su ciudad natal, Bucarest, a Aranjuez, donde espera que su familia prospere económicamente. Solo así podrá retomar sus clases en una escuela de música: quiere ser un gran concertista de violín.

Victor no arruga la cara cuando pasa el vaso de cartón y los pasajeros del vagón no le echan monedas. Él, a diferencia de otros músicos del suburbano, no lo hace para alimentar a sus hijos o para pagar el alquiler, sino para costearse las clases de música; para ahorrar poco a poco y, el curso que viene, poder entrar en un conservatorio de Madrid. «Yo tengo talento, pero no tengo dinero», afirma con un perfecto español y una erre con acento rumano.

De Bucarest a Aranjuez

A Victor le encantaría quitarse la pobreza de encima como quien se quita unos calcetines sucios y los echa a lavar. «En el colegio algunos niños se ríen de mí porque ellos llevan zapatillas de marca y yo no, y me dicen: "¡Son falsas!". Y yo digo: "Sí, son del chino". No me gusta que sepan que soy pobre, pero en casa no hay dinero para gastar en esas cosas». Mientras habla, su madre permanece al lado, callada. Victor solo la ve los viernes, ella trabaja interna en una casa de sábado a jueves cuidando de un matrimonio de nonagenarios, uno de ellos con alzhéimer. «Me pagan 700 euros al mes». «¡Es poco!», se precipita el crío. Y se dispone a justificar por qué: «El alquiler son 275 euros, y luego hay que pagar comida, luz, agua, transporte, cosas del colegio…». Quiere demostrar que aunque parezca un sueldo decente —en Rumanía, al cambio, supondría más del doble del salario mínimo interprofesionalno lo es para mantener a tres personas.

La madre, Amalia, llegó a Aranjuez en mayo de 2014, tras dejar su puesto de cocinera en un restaurante de Bucarest en el que trabajaba cerca de 40 horas semanales y conseguía 200 euros al mes. Su cuñada, asentada desde hacía un tiempo en el municipio madrileño, le dijo que podía conseguirle un trabajo cuidando a ancianos. «Me vine yo sola, y vivía con estos señores, así que no gastaba nada, todo lo que ganaba lo enviaba a Rumanía, a mi marido y mi hijo, para poder seguir pagando el conservatorio». Unos meses después, tanto el crío como el padre, Constantin, decidieron emigrar. «Nos echábamos de menos los tres, no podíamos estar separados. Y en Rumanía yo ganaba muy poco como taxista, espero encontrar un buen trabajo aquí pronto», explica Constantin.

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«Si eres pobre tienes menos oportunidades»

«De pequeño le encantaba la música», dice Amalia. «Le apuntamos a natación porque era un poco gordito, para que hiciera deporte, pero nada. A los siete años empezó a tocar el clarinete. Pero él quería el violín», recuerda. Tras educar su oído —«era terrible, era arrítmico y no sabía distinguir las notas», reconoce Victor—, no tardó en despuntar. Un profesor recomendó a los padres que apuntaran al crío a una escuela de música. Y así aterrizó Victor el niño —cuando no se preocupaba por el dinero ni sabía qué era el salario medio, porque eso es ser niño, no saber— en la prestigiosa escuela musical Colegiul National de Arte Dinu Lipatti. «Yo era ama de casa y busqué un trabajo solo para poder pagar el Dinu Lipatti», explica Amalia. Tras un par de años ahí, uno de los mejores profesores de Victor, Valeriu Rogacev —un importante músico rumano—, fue contratado en otra de las escuelas más famosas de Rumanía, el Colegiul National de Muzicâ George Enescu, por lo que el niño decidió matricularse en esta y así poder continuar su formación con Rogacev. «Allí trabajaba mucho: de ocho de la mañana a siete de la tarde, solo paraba para comer. Y mi maestro, aunque me quería como a un hijo, era muy, muy duro. No permitía que nada me saliera mal. Y no solo eso: en verano yo no tenía vacaciones, me hacía ir a su casa y me daba clases gratis. Por eso ahora soy tan bueno», señala Victor. Los diplomas que conserva así lo acreditan: todas las pruebas tienen una nota de 95 sobre 100.

«El problema es que si eres pobre tienes menos oportunidades. Los otros niños siempre iban a los conciertos con trajes muy bonitos, muy buenos, yo siempre llevaba el mismo. Ellos tenían violines caros, yo tengo uno bueno que me consiguió mi profesor por menos dinero. Ellos iban a clase con 25 euros para gastárselos en la cafetería del colegio y yo iba con 2,5 euros. Y al subir de nivel, las clases eran más caras, los materiales también, por eso mi mamá se vino aquí».

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Un futuro concertista

«No he tenido una vida como los otros niños», apunta Victor cuando recuerda que nunca jugaba al fútbol o al baloncesto por si se rompía una mano. «Me daba miedo porque mis padres habían puesto mucho dinero en esto, y yo quería ser responsable. Si me pasaba algo en la mano tenía que dejar de tocar un tiempo y así no avanzaba». Los viernes, que es cuando ve a su madre, Victor toca en la cocina una de sus piezas favoritas, 'Csárdás' de Monti. Amalia tiene los ojos saltones, como si llevase una vida entera despierta. Sentada en una silla de madera y mientras fuma, observa con mirada de conquista cómo toca su hijo, como si hubiese olvidado que el viernes pasado, y el anterior, y el anterior, desde el mismo asiento escuchaba absorta el violín de Victor.

Cuando acaba el concierto familiar, deja el instrumento en su habitación. Solo hay una cama, un armario, una estantería vacía. «No traje apenas cosas de Rumanía». En el medio, presidiendo el espacio, tiene su atril y unas partituras. «Aquí ensayo mucho, pero cuando vaya a un conservatorio tocaré menos en casa, y así no molestaré tanto a los vecinos». Mientras, su formación prosigue en la Orquesta de Cámara de Joaquín Rodrigo de Aranjuez. El director, José Antonio Jiménez, asegura que Victor «toca mejor que bien». «Tiene un gran talento y puede ser un futuro concertista de violín», reconoce. Jiménez recuerda que llegó a la Escuela Municipal de Música para hacer una prueba. «Le dije: "Aquí no hay nivel para ti". Lo superaba sobradamente. Por eso lo metí en la Orquesta de Cámara, donde hay chicos y chicas de más de 20 años que ya están en un conservatorio pero que siguen vinculados a la escuela». A través de este músico, Victor conoció a la que es su actual profesora particular en Aranjuez, una violinista de primera fila que toca en importantes orquestas en todo el mundo. «Estamos todos muy volcados con él, esta amiga mía también. Ella normalmente cobra unos 70 euros por clase. A él solo 15 o 20, algo simbólico».

El dinero para estas clases es el que Victor obtiene de sus actuaciones en el metro: «Le pago lo que puedo. Ella es muy buena y me dice que no hace falta, pero yo voy con las monedas sueltas y le digo: "Esto es lo que tengo, es tuyo"», reconoce. Al principio, Jiménez desconocía su situación, hasta que se enteró de que tocaba en el metro. «Me decía cosas como: "La vida está muy mal, hay que pagar el alquiler". Habla como una persona mayor, la verdad. Todos le queremos mucho y espero que pueda entrar en un conservatorio, en un curso alto tendría que ser. Le ayudaremos todo lo posible».

Victor cuenta las monedas del vaso. Con lo que se ha sacado de la última vez que tocó en los vagones quiere comprarse un traje en el rastro. En los próximos meses tendrá varios conciertos con la Orquesta Joaquín Rodrigo y no tiene uno propio. «¡Estoy en la edad de crecer! El que usaba en Bucarest se me quedó pequeño. Es importante ir bien vestido para que la gente no te mire mal».

«Viejo, ¿está el joven ahí?», se preguntaba Bradbury. Sí, bajo la piel y la sangre del violín.

Estas son las historias que escucharás en un aeropuerto

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Estas son las historias que escucharás en un aeropuerto

Jesús está impaciente. Lleva nueve meses sin ver a Patricia, su novia, pero ella, por fin, regresa hoy de Hamburgo (Alemania). En realidad es una historia común que se repite año tras año y día tras día, aunque son cosas que se escabullen entre las terminales de los aeropuertos. Nadie se fija en qué estará haciendo un joven en una sala de espera durante tanto tiempo.

Frente a él, en otra fila de asientos, Herminia y Jacinto matan el tiempo. Ella lee una novela que acaba de comprar y él ojea el ABC con gesto desaprobatorio. Jesús, el joven enamorado que espera a su novia, no tiene vínculo alguno con este matrimonio de San Blas aunque, de algún modo, hay algo que les une.

La manilla más grande del reloj parece ir a cámara lenta. «Me he venido dos horas y media antes porque en casa me comían los nervios», cuenta Jesús. Se le ve enamorado. Llevan más de tres años de relación y ambos tienen planes de futuro, aunque prefieren ir poco a poco. «Cuando me dijo que se iba a ir a trabajar fuera, creí que me moría. Todos los planes se me vinieron abajo y no veía nada claro. ¿Qué iba a pasar con nosotros?». Pero el muchacho pensó y recapacitó. Si de verdad la quería y confiaba en ella, ¿por qué tanta preocupación? «Además, es por su bien y por su trabajo», añade después.

Jacinto carraspea y se chupa el pulgar para pasar otra página del periódico. «¿No han dicho nada del vuelo del chico?», le pregunta su esposa. El hombre despega la vista del diario y mira a las pantallas de información. De momento, todo va bien. Queda poco para que el hijo de estos padres vuelva a reencontrarse con ellos tras unos días de vacaciones en Londres. «Nosotros creemos que tiene 'algo' allí, pero nos dijo que se iba a ver a un amigo. En fin, el caso es que aprenda algo de inglés. Se quedó en paro hace poco y le vendrá muy bien», explica Herminia sonriente.

Horarios vuelos aeropuerto salidas

El reloj de Jesús

Han pasado dos horas y el tránsito es mayor en este momento. Abrazos y reencuentros. Despedidas y lágrimas. Los hay que se prometen amor eterno y, por otro lado, los hay que se despiden sin más. En las cafeterías reina el caos y al camarero le faltan manos. Resopla. Seguramente desearía estar embarcando para dejar atrás su trabajo.

De vuelta a la sala de espera, Jesús mira los aviones a través del cristal. Está a treinta minutos de un beso. Las dos horas anteriores podían haber sido lo más duro de la espera, pero según se va acercando el momento, la ansiedad aparece y los números del reloj no corren. «No sabes lo mal que lo he pasado —hace memoria Jesús después de resoplar—. Sobre todo los primeros días. De tener planes pasamos a hablar por Skype cuando podíamos. He perdido peso y estoy algo mal del estómago, pero todo cambiará a mejor». Alguna vez se vieron. Él viajó hasta Hamburgo y ella vino a Madrid durante algún fin de semana, pero poco más. A Patricia se le ha terminado el contrato y está de vuelta. Con la experiencia adquirida no tendrá problemas en encontrar otro puesto de trabajo. A su chico no le incomoda para nada, pero palidece si se le plantea una situación similar de separación. «Si le sale trabajo fuera otra vez… No sé qué haré. No quiero pensarlo. Lo veré bien y la echaré de menos. Tal vez me vaya con ella. No sé, mira… No quiero pensarlo».

Un peluche en la sala de espera

Sofía escribe rápido un mensaje por WhatsApp. Sonríe cuando le responden. Vuelve a escribir. Segundos después, otra respuesta. Ahora agranda la sonrisa y enseña los dientes a la pantalla del teléfono móvil. A su lado reposa un peluche de color blanco con un pequeño sobre. «A mi hermana pequeña le encantan los osos polares. No pude dárselo en su cumpleaños porque estuvo muy malita y lejos de casa, con mis padres». Raquel, su hermana, padecía una enfermedad muy grave que Sofía prefiere no decir. Se contenta con que pueda verla otra vez.

La zona de llegadas de Barajas regala mejores esperanzas que la de salidas. Allí, y en cualquiera de las terminales, se observan momentos diferentes y, quizás, menos amables, como los que ahora pesan sobre Laura, la cual acaba de dejarlo con su pareja. Cuando se tranquiliza, respira y bebe un sorbo de agua. «Se va de Erasmus y hemos decidido dejarlo por lo que pueda pasar». Trata de buscar consuelo, pero su joven rostro, de no más de 20 años, se arruga. Los viajeros que van a pasar el control de equipajes se la quedan mirando. No dicen nada. Ya se intuye lo que piensan.

Ala de avión

Reencuentros y 'piratas'

A estas alturas, Jesús habrá recibido ya a Patricia. Tal vez le esté ayudando a cargar las maletas para llegar a casa y contarse todo lo que no han podido en este tiempo. A lo lejos, dejando atrás la T4, se ven maletines enraizados en manos y trajes y manos entrelazadas a la vez. «¿Me has echado de menos?», se escucha por ahí. Un ejecutivo, andando acelerado, trata de hablar por teléfono tapándose con el dedo el otro oído que queda libre. «Acabo de llegar. Cojo un taxi y nos vemos allí en cuarenta minutos».

Los taxistas, ya en la calle, se pelean y miran con recelo a los conductores que ellos llaman 'piratas'. No pierden ojo. Carritos con maletas se amontonan en el lateral de una furgoneta amarilla. Se añade otro carrito más. Las prisas se esfumaron y ahora es momento de sacar un pitillo y fumar de manera despreocupada apoyado en el capó, como hace el conductor de dicho vehículo mientras espera a que los viajeros terminen de recoger el equipaje.

«¿Qué hora será?», pregunta ahora una señora a su acompañante justo cuando pasa por delante de la furgoneta. El señor que recibe la pregunta se mira la muñeca izquierda y responde dando la hora. En ese tramo de acera no hay urgencias, parece. Sin embargo, en los andenes de metro y Cercanías la gente sale a la carrera nada más abrirse las puertas automáticas. Se meten prisa los unos a los otros y se pierden carteras y gafas por los empujones y ansiedades. Un grupo de chavales están a punto de perder el avión: «¡¡Todo por esperar al capullo éste!!». El 'capullo' en cuestión, muy rezagado, tiene problemas con las ruedecillas de la maleta. «¡¡No esperéis, que es malo!!», protesta.

Última llamada

¿Qué será ahora de Jesús y de su novia Patricia? ¿Se querrán más ahora, después de haber estado tanto tiempo sin verse? ¿Y del hijo de Jacinto y Herminia? ¿Cómo habrá llegado? ¿Estará deseando irse de nuevo a Londres con su 'amigo'? ¿Y Raquel, la hermanita de Sofía? Seguro que ahora estará disfrutando del peluche de oso polar que ha recibido.

Todo un día normal en un aeropuerto que puede trasladarse a otras partes del mundo. Se hace de noche y el murmullo de los paseantes en las terminales no cesa. Mañana serán otros los que se vuelvan a reencontrar y las historias, tan similares, cambiarán de nombre. Pero mañana será otro día.

Avión despegando

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